La Catedral Vieja de Salamanca se construyó a partir del segundo tercio del S. XII y su vida estuvo al borde de ser muy corta. En una primera ocasión estuvo a punto de ser derribada para la construcción de la Catedral Nueva. Se libró sacrificando buena parte del crucero del Evangelio que quedó recortado. Siglos después fue el terremoto de Lisboa lo que le hizo temblar hasta los cimientos. En esta ocasión perdió el claustro románico en buena parte, siendo sustituído por uno neoclásico que no dice gran cosa.
Su elemento emblemático es el cimborrio, conocido como “Torre del Gallo” por la veleta que lo remata. No me extiendo en su descripción porque ya hice referencia al mismo en el post titulado Tres Cúpulas dignas de verse. Llama la atención cuando subes a las torres desde donde se puede ver en todo su esplendor, el aspecto de fortificación que le dan las almenas.
Pero la maravilla es el interior; con el arranque de sus columnas y pilares en románico, remata sus bóvedas en el más puro gótico inicial. La cúpula que cubre el crucero, sus enterramientos laterales, sus frescos en los muros y el maravilloso retablo de Nicolás Florentino (seguramente) hacen de esta Iglesia una joya en la que he pasado varias horas deliciosas, en distintos días, para realizar las fotos que os ofrezco en Picassa. Se accede a ellas a través de las sección “Mis Fotos”, o del enlace que adjunto.
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