Este artículo se ha publicado en El País del 14/5/2011. Es interesante y por ello lo reproduzco aunque tengo una observación que hacer; yo he visto esculturas de Tell Halaf perfectamente conservadas en el Museo Arqueológico de Damasco que es donde tuvieron que estar siempre las que se llevaron los alemanes a Berlín. Vistos los resultados, lo que hizo Oppenheim no sólo fue un descarado saqueo, sino, a la postre, un ejemplo más del salvaje colonialismo y barbarie cultural de los europeos a lo largo del siglo XIX y XX.
“Es difícil no sentirse desconcertado ante las extravagantes figuras de los viejos dioses arameos resucitados. Rescatados del olvido y desenterrados a principios del siglo XX por el aristócrata alemán Max von Oppenheim en Tell Halaf, Siria, en la que es una de las grandes aventuras de la arqueología, sufrieron una segunda muerte al ser bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial el museo que los albergaba en Berlín y quedar reducidos a minúsculos fragmentos. Ahora, en una sensacional exposición en el museo Pergamon de Berlín, tras una restauración de increíbles complejidad y minuciosidad, han regresado de aquella orgía de fuego y destrucción, añadiendo a sus extrañas fisonomías milenarias la pátina atormentada del desastre y la aureola asombrosa del milagro.
A Samuel Beckett, que los contempló en 1936 en su museo original, le parecieron fascinantes los seres mitológicos arameos. "Soberbiamente demoniaco, siniestro, implacable", anotó de una estrambótica rapaz de piedra de mirada hipnótica (el ave sol gigante). Menos inspirada y molesta porque su segundo marido, el arqueólogo Max Mallowan, se demoraba ante ellos en su admiración de especialista, Agatha Christie los calificó de "feas estatuas".
Raras sí son, y mucho, para nuestros ojos de occidentales modernos. Pero esas chocantes hechuras y hasta grotescas fisonomías (¡esas narices prominentes y ojos saltones!) atesoran todo el misterio y la sacralidad de la antigua Mesopotamia. Pasea uno ahora por las salas del museo Pergamon habilitadas para la exposición (visitable hasta agosto) entre divinidades, esfinges, grifos, toros, leones, aves y los inquietantes hombres pájaro-escorpión, otrora guardianes, apabullado por la sensación de tiempo y de distancia. Hace 3.000 años, en el fértil valle del río Khabur, entre el Éufrates y el Tigris, estos seres fabulosos fueron objeto de culto y respeto en la ciudad-estado de Guzana, capital del principado arameo de Bit Bakhiani (la Casa de Bakhianu), posteriormente sometida por los asirios...
"Así que me quité el traje de diplomático y me convertí en explorador". Es imposible separar la historia de Tell Halaf, lugar que se ha comparado a Troya y a Babilonia, de la de su descubridor, el barón Max von Oppenheim (Colonia, 1860-Landshut, Baviera, 1946), un personaje digno de codearse no ya con los grandes de la arqueología, los Schliemann, Layard, Woolley o Carter, sino con los protagonistas de Julio Verne y de la gran tradición de la literatura de aventuras. Salacot, revólver y ruinas, ¡qué gran combinación! De origen judío, hijo de un poderoso banquero, von Oppenheim, desarrolló una irresistible pasión por Oriente. Se disfrazó para entrar en lugares sagrados del islam, compró una chica bereber en un mercado de esclavos y fue recibido en audiencia por el sultán de Constantinopla. En 1896 se instaló en una lujosa villa en El Cairo con seis sirvientes y un cocinero francés. Bon vivant y optimista -su lema era "¡ánimo!, ¡valor! y no pierdas el sentido del humor"-, se ganó a pulso fama de mujeriego y fiestero, y al tiempo de experto en la cultura árabe. El káiser Guillermo II lo reclutó en 1900 para sus servicios diplomáticos. Durante la I Guerra Mundial dirigió un servicio de inteligencia alemán para el Oriente Próximo. Los británicos lo consideraban un maestro de espías que habría tratado de soliviantar a los árabes contra los Aliados de una manera similar, pero al revés, a Lawrence de Arabia, ¡al que conoció!
En 1899, durante una expedición de seis meses en el norte de Siria, en caballo y camello, el explorador de bigotes guillerminos oyó hablar en el campamento del temido jefe beduino Ibrahim Pasha de unas extrañas esculturas enterradas en la arena. Y el 19 de noviembre descubrió Tell Halaf.
En 1911, tras renunciar a su puesto de diplomático imperial, regresó al lugar para excavarlo en serio. Él no lo sabía, pero había dado con un yacimiento riquísimo, que hasta ha proporcionado nombre a un período (sexto y quinto milenio antes de Cristo) del Neolítico en Oriente Medio. La guinda es la ciudad aramea con su ciudadela amurallada y el palacio de Kepara, hijo de Hadianu, y su famosa fachada de seis metros con la tríada divina Teshub (Baal), Hebat y Sharruma como pilares que von Oppenheim reconstruyó en su museo berlinés. Se llevó muchas cosas maravillosa, entre ellas la "diosa entronizada", su estatua favorita, de largas trenzas y pintoresca expresión de personaje de comic que los trabajadores bautizaron como "la novia" del explorador. La figura se exhibe en la exposición.
El museo que abrió von Oppenheim en 1930 con el material de Tell Halaf se hizo muy popular en Berlín. Nuestro hombre consiguió capear los peligrosos (visto su ascendiente judío) tiempos nazis gracias a sus conexiones en las altas finanzas y la diplomacia y a señalar oportunamente los rasgos arios (?) de sus esculturas. Cómo Goebbels se lo tragó es un misterio. De hecho parece incluso que su último viaje a Oriente en 1939 fue pagado por Goering...
La fatalidad visitó el museo berlinés el 23 de noviembre de 1943 en forma de bomba incendiaria aliada. Todo quedó destruido. El estrés térmico sufrido por las esculturas al regarlas a mil grados los bomberos las reventó en miles de pedazos (la exposición detalla en una sala el apocalíptico proceso). Durante años, los trozos, llevados en nueve camiones, se almacenaron en los sótanos del museo de Pergamon. Pero en 1993 surgió la esperanza de reconstruir al menos algunas estatuas. En 2001 comenzaron los trabajos con el puzzle de 27.000 fragmentos y se atribuye más del 90 % de los trozos a más de 30 esculturas, bloques y numerosos objetos de piedra. En la muestra se documenta todo el proceso que materializó el sueño de Oppenheim de alzar otra vez su museo como un Fénix de sus cenizas (…)”
Autor: JACINTO ANTÓN - Berlín - 14/05/2011
Foto: estatua de Tell Halaf. Museo Arqueológico de Damasco, Siria
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