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25 de mayo de 2011

LA REVOLUCIÓN QUE NO PUDO SER


Mil quinientos veintiuno
en abril por más señas
en Villalar ajustician
quienes justicia pidieran.


En Villalar de los Comuneros (Valladolid), grabada en marmórea placa, casi lápida, instalada en la fachada de la Casa Consistorial, pude leer esta estrofa o coplilla del poeta Luis López Álvarez.

Siempre ha sido complicado pedir justicia en esta España mía, esta España vuestra. Desde las revueltas del fin del Medioevo de los payeses de remensa en Cataluña (por no remontarme demasiado en el tiempo) hasta los indignados sentados por toda plaza que se precie en nuestra geografía carpetovetónica hoy, nuestras gentes han tenido que salir a la calle y a los montes para intentar obligar a los poderosos a aflojar el bolsón de los derechos básicos y la justicia más evidente. Las más de las veces jugándose la vida. Y las más de las veces, también, perdiéndola.

Es el caso del movimiento Comunero, revuelta contra el poder real y de la alta nobleza por parte de la pequeña nobleza, burguesía ciudadana y campesinado. Se centró en Castilla desde Toledo hasta Palencia, León, Andalucía, y Murcia, aunque con menor participación de estas dos últimas. Veamos la Historia.

Tras la muerte de Felipe el Hermoso viene a España su hijo Carlos, primero o quinto según queramos, para hacerse cargo del trono. La Reina legítima era su madre doña Juana, hija de los Reyes Católicos y a la me niego a llamarle la Loca; pero su marido y su propio padre, en sus ansias de poder, la habían declarado incapacitada para ocupar la corona de los reinos españoles. Así que aquí aparece ese Carlos de Haugsburgo, nacido en Flandes, con veinte años, cara de necio, sin saber ni papa de castellano, ni de cualquier otra lengua de las Españas, rodeado de nobles extranjeros dispuestos a enriquecerse al grito de gilipuertas el último. Además las miras de Carlos no estaban en ser el rey de unas tierras periféricas de Europa; él quería ser el Emperador del Sacro Imperio, lo que costaba una pasta gansa que se podía exprimir de esos reinos que le habían caído en el eurobote de la graciosa herencia monárquica. Unos reinos que hoy podríamos definir como de economías emergentes: Aragón mantenía su poder naval y comercial en el Mediterráneo, Castilla empezaba a ser una potencia en el mercado internacional de la lana, contando, además, con una incipiente y pujante industria textil (Béjar, Zamora…) y  comenzaban a llegar los preciosos metales americanos.

Este es el panorama cuanto Carlos, tras forzar en unas cortes de dudosa legitimidad en La Coruña el cobro de impuestos extraordinarios para financiar su corona imperial, abandona España dejándola al cargo del Cardenal Adriano de Utrech (luego papa Adriano VI, que los dineros de Castilla daban para mucho) y un Consejo del Reino en manos de extranjeros.  La sublevación contra estas medidas comienza casi de inmediato, empezando por Toledo y Segovia y extendiéndose por toda Castilla y más, tras algunas medidas del futuro Santo Padre como el incendio de Medina del Campo, por poner un ejemplo. Lo que comenzó siendo una protesta frente a los ministros extranjeros y la presión impositiva, fue evolucionando hacia un levantamiento ciudadano, pequeños nobles y burgueses al frente, y campesino. Estos últimos contra la alta nobleza latifundista que rápidamente se puso al lado del rey. Los insurgentes se organizaron en Comunas ciudadanas; de ahí su nombre de Comuneros. Sus líderes más notables fueron Juan de Padilla (Toledo), Juan Bravo (Segovia), Francisco Maldonado (Salamanca) y doña MaríaPacheco. No hago ningún comentario sobre ella porque merece un artículo aparte.

No pudo ser. Como tántas veces en este país, no pudo ser. De haber triunfado el movimiento Comunero, hubiese sido quizás la primera revolución burguesa de Europa. Tal vez nuestras tierras no se hubieran desangrado en hombres y dineros por absurdos campos de batalla extranjeros respondiendo a los intereses dinásticos de unos reyes en degeneración progresiva. Quizás nuestra nuestro comercio e industria no hubiesen sido ahogados por una bárbara inflación y la incapacidad de hacer frente a las manufacturas de fuera. A lo mejor hubiéramos sido un país moderno cuatro siglos antes. Pero todo esto son futuribles porque no fue. Los Comuneros no consiguieron devolverle el trono a doña Juana, base de su posible legalidad. Perdieron el apoyo de los nobles terratenientes cuando los campesinos se sumaron a los insurrectos. Y perdieron la guerra. El 23 de abril de 1.521 fueron derrotados en los campos de Villalar, siendo decapitados Padilla, Bravo y Maldonado al día siguiente en la plaza del pueblo. Sólo doña María Pacheco, viuda de Padilla, pudo resistir en Toledo hasta conseguir una capitulación honrosa.

Final del cuento. Un rey, apoyándose en un futuro papa, en una nobleza terrateniente indigna y en los dineros extorsionados a campesinos y burgueses acabó a sangre y fuego con las aspiraciones de mayor dignidad, libertades, tierra y trabajo honroso de todo un pueblo. Además creo que con este mismo guión se rodaron varias nuevas entregas a lo largo de nuestra Historia.

 Fotos: plaza de Villalar y el monumento a los Comuneros.

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