Por mor de aquello que lo breve tiene alguna posibilidad de ser bueno, me quedé en el artículo anterior con las ganas y tentación de hablar sobre el curioso nombre de “Tentenecio” que tiene una calle salmantina que sube desde el río Tormes hasta la fachada lateral de la Catedral Vieja. Como la mejor forma de acabar con una tentación es caer en ella (lo del arrepentimiento ya es más complicadete) paso directamente a contar las historieta.
San Juan de Sahagún fue un fraile agustino que vivió en el siglo XV milagrero por demás. Tal vez por ello alcanzó el estatus de santo patrón de Salamanca, lo que no es poco.
Cuentan las crónicas que un buen día, un mal día mejor dicho, escapóse un toro sembrando el pánico por las calles salmantinas. Encontrábase San Juan paseando, según unas versiones, o procesionando según otras, por el callejón que baja de la Catedral al río. Ambos puntos de vista los he recogido pegando la oreja a los cuentecillos que relatan los guías a los boquiabertos turistas, por lo que el corpus documental en que me baso es un tanto pobre. El caso es que en esas estaba el santo cuando se encuentra de frente al morlaco que está subiendo como una locomotora, de aquellas de humo y carbonilla en el ojo, cuesta arriba directo hacia él o sus feligreses. En esa tesitura, San Juan se yergue con una autoridad quasi providencial y le espeta: “¡Tente, necio!” e inmediatamente el animal se detuvo mansamente a sus pies. De ahí el nombre de la calle. Milagro sí parece que lo es, a no ser que consideremos que el pobre bicho venía ya reventaíto de subirse un cuestarrón de esos que cuando llegas arriba tienes que detenerte a buscar los bofes que se te han quedado tirados por algún sitio. Yo sé lo que me digo y no peso (todavía) los 500 kilos del astado de marras. También pudo influírle la sorpresa de verse tratado de imbécil por un frailecillo de tres al cuarto. Como quiera que sea, dejo al buen criterio de ustedes la explicación que mejor les acomode.
Cuentan las crónicas que un buen día, un mal día mejor dicho, escapóse un toro sembrando el pánico por las calles salmantinas. Encontrábase San Juan paseando, según unas versiones, o procesionando según otras, por el callejón que baja de la Catedral al río. Ambos puntos de vista los he recogido pegando la oreja a los cuentecillos que relatan los guías a los boquiabertos turistas, por lo que el corpus documental en que me baso es un tanto pobre. El caso es que en esas estaba el santo cuando se encuentra de frente al morlaco que está subiendo como una locomotora, de aquellas de humo y carbonilla en el ojo, cuesta arriba directo hacia él o sus feligreses. En esa tesitura, San Juan se yergue con una autoridad quasi providencial y le espeta: “¡Tente, necio!” e inmediatamente el animal se detuvo mansamente a sus pies. De ahí el nombre de la calle. Milagro sí parece que lo es, a no ser que consideremos que el pobre bicho venía ya reventaíto de subirse un cuestarrón de esos que cuando llegas arriba tienes que detenerte a buscar los bofes que se te han quedado tirados por algún sitio. Yo sé lo que me digo y no peso (todavía) los 500 kilos del astado de marras. También pudo influírle la sorpresa de verse tratado de imbécil por un frailecillo de tres al cuarto. Como quiera que sea, dejo al buen criterio de ustedes la explicación que mejor les acomode.
Para rematar la faena (ya que de hechos taurinos hablamos) no quiero quedarme en el tintero otro milagrillo del buen San Juan de Sahagún. Cayóse un niño a un pozo y el santo, que oportunamente allí se encontraba, le echó su cíngulo (la cuerda esa con que los frailes se amarran el hábito a la cintura) y una vez que la criatura lo tuvo en sus manos, hizo subir el nivel del agua hasta que el chaval alcanzó el brocal del pozo. En este pasmoso hecho me surgen algunas dudas: si el cíngulo tenía un tamaño normalito poco profundo podía ser el pozo hasta el nivel del agua, con lo que estamos ante un milagro de chicha y nabo. Pero si el pozo era realmente hondo, ¿qué circunferencia de barriga no tendría el santo para que la cuerda llegase hasta el fondo?
Bien, lo dejo aquí porque está claro que los historiadores una mijita descreídos no deberíamos dedicarnos a relatar milagros ni, mucho menos aún, a la hagiografía.
1 comentario:
Muy bien explicado y ameno de leer, lo de creer, ya es otra cosa
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