“Desde la sala de crisis, el presidente de EE UU y su equipo siguieron en directo el avance en el edificio principal del complejo, cuarto por cuarto, planta por planta, la mayor parte del tiempo en silencio. El rostro de Obama parecía "de piedra", según un ayudante. El vicepresidente, Joe Biden, pasaba las cuentas de un rosario. En una pantalla, el director de la CIA narraba desde la sede del organismo, al otro lado del río Potomac, lo que estaba ocurriendo en Pakistán.”
De entre toda la polvareda mediática levantada por la muerte del terrorista (o héroe religioso, según de qué orilla se mire) Bin Laden, una de las noticias que me llamaron más la atención fue la supraescrita entresacada de las páginas de El País. El vicepresidente de las mayor potencia militar (que no económica porque a los yanquis les quedan más portaaviones que dólares) del mundo rezaba el rosario. Se supone que rezaba para que tuviese éxito una operación cuyo resultado final era la muerte de al menos una persona, si no más. Es decir, oraba al Dios de bondad y amor por la muerte violenta de unos semejantes.
No es nueva la cosa, ni mucho menos. Los cruzados que en Europa se enrolaban en los ejércitos destinados a arrasar a sangre y fuego las tierras del Oriente Próximo lo hacían bajo el demencial grito de ¡Dios lo quiere! Así, como suena. Dios debía de tener clarísimo quienes eran los buenos a proteger y los malos a destruir aunque todos fuesen criaturas suyas. Me temo que si actualmente yo le diese un palo a un hijo mío y le protegiese para que moliese al otro hijo, acabaría en los tribunales y crucificado en los papeles y los cutreprogramas televisivos. Claro que ni soy un dios ni sé dónde hay que apuntarse para ese trabajo.
No nos tenemos que ir a Europa para disfrutar de esa protección celestial frente a los, entonces así llamados, sarracenos. Recordemos aquí, en nuestros lares, el ¡Santiago y cierra España! con intervenciones directas en cruentas batallas de la Virgen (Covadonga), San Isidro (Las Navas de Tolosa mostrando el camino por donde atravesar Despeñaperros al ejército de los buenos), el propio Santiago (Clavijo) y otros que en estos momentos se me escapan. O más reciente (y doloroso), los obispos en la Guerra Civil bendiciendo los cañones destinados a masacrar a la otra mitad de España, no precisamente sarracena que los "moros" andaban entre los prelados y artillería.
No me estoy queriendo meter con lo antedicho en la cuestión de si la muerte de un terrorista ha sido asesinato de Estado o legítima acción de guerra en un conflicto sin frentes y cuyas víctimas están siendo, esencialmente, civiles. Para meterse en ese charco ya están nuestros políticos y desaforados tertulianos de las ondas. No. Lo que quiero es llamar la atención en esa triste figura de un hombre poderoso con un rosario en la mano convencido de que Dios es uno de los nuestros dispuesto a ayudar a matar a los que no lo son, olvidándose, quizás, que el otro, Bin Laden, también mataba en el nombre de Dios. Creo que no se necesitan más palabras para imaginar las terribles implicaciones que ello tiene.
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