Select a language

11 de julio de 2011

VENTANA AL PASADO: "SANTA BÁRBARA" DE ROBERT CAMPIN

                                         

Si en algún momento me ofrecieren un viaje gratuíto al Museo del Hermitage sólo por decir cuándo me comenzó la afición por el Arte en general y por la Pintura en particular pues aquí me quedaría sin el viaje y con la lástima, porque no tengo ni idea del cuándo. Ni del cómo. Pero  sí del con quién: con los primitivos flamencos.

Con peligro de ser reiterativo -ya hablé de ello en otro artículo-, insisto en la increíble experiencia que es pasarse una mañana en El Prado con el Bosco, Van der Weyden, Van Eyck … y el Maestro de Flèmalle, Robert Campin. Fue un cuadro de este artista ,  el de Santa Bárbara, el primero que me mostró que la capacidad de ensoñación, de trasladarte a otros mundos a través de la imaginación, no pertenece exclusivamente a la literatura (incluso siendo un lector compulsivo) sino que la pintura puede hacer lo mismo con toda la fuerza de la imagen.

Si nos fijamos en la tabla completa , vemos a una burguesita leyendo junto al fuego, en una preciosa habitación cuya luz nos viene de una ventana abierta  al fondo. Sería tremendamente prolijo hablar de cada detalle. Hay que tener en cuenta que los grandes pintores del primitivismo flamenco son herederos de la técnica del grabado gótico. Campin fue, probablemente, el primero de ellos, introductor de la pintura al óleo y maestro de Van der Wyden. Pero hablábamos del detalle: cada reflejo de luz, cada madera de la contraventana, cada cabello de la muchacha están dibujados-pintados con una definición imposible para las técnicas fotográficas actuales . No olvidemos el abismo que separa al fotógrafo del pintor: la fotografía depende de la luz, la pintura la inventa.

También me podría perder en los diez mil símbolos que se refieren a la vida de la santa, chiquilla cristiana con desconocimiento del padre en los tiempos de Roma quien, para realizar tranquilo un viaje inaplazable, la encierra en una torre donde ella se dedica a la oración y la lectura de los libros sagrados. A su regreso, el progenitor  se entera del cristianismo de su hija y cegado por la cólera intenta torturarla de diversas formas para que apostate pero, por milagro divino, esos discutibles correctivos paternos eran imposibles de aplicar hasta que el tío va y le corta la cabeza (ahí el milagro no funcionó);  en ese momento le cae un rayo al energúmeno y le fulmina. Ya tenemos a Santa Bárbara bendita patrona de los relámpagos y de la que sólo nos acordamos cuando truena. Pues decía que el cuadro, en su composición, nos muestra a la santa encerrada en su torre rodeadas de símbolos sobre su virginidad, limpieza de alma,  devoción por la Trinidad… Pero no; la primera vez que vi el cuadro, todo eso lo desconocía y no podía llamarme la atención.

Fue la ventana. No exactamente la perfección formal -increíble- de sus postigos, semicerrado el izquierdo,  o de los cristales emplomados superiores. Su realismo es tal, que deja poco campo a la imaginación. Fue el espacio casi infinito al que se abre el vano. En primer plano un jinete. ¿Quién es? ¿Dónde va? No sabemos hacia qué lugar nos dirige ese camino del que no vemos más que escaso metros. Por su vestimenta no es un “miles gloriosus” sino un burgués, quiero pensar que un comerciante, hombre de paz. Poco más allá, se está construyendo algo. ¿Una torre? ¿La misma en que será encerrada la santa? Prefiero pensar que es un molino, símbolo del adelanto técnico de los Países Bajos a finales del Medioevo. Pero me inquietan las figuras de unas damas que observan la obra. Una vez más ¿quiénes son? ¿Por qué miran con ese interés a los trabajadores que construyen el edificio? Me temo que un molino tiene menos morbo para ser tan atentamente mirado que una torre en la que se va a encerrar a una virgen adolescente. El camino que bordea la obra parece que nos lleva entre suaves colinas hacia una ciudad de la que nos vemos más que los campanarios y pináculos de las torres góticas de su ¿iglesia?¿catedral? No lo sabemos; la ciudad nos es desconocida y además se esconde tras la lomas dejándolo todo a nuestra inventiva. Al fondo montañas azules bajo un cielo en el que se empiezan a amontonar nubes tormentosas que seguramente serán las responsables del rayo final.

¿Quién no ha soñado con la máquina del tiempo sin necesidad de Wells? Pues para mí esta ventana es esa máquina. Si pudiese acceder a ella seguro, seguro que podría preguntarle al caballero a dónde va, a las damas qué miran y al cantero qué construye; pero sobre todo podría visitar la ciudad intuída y llegar más lejos, a las montañas azules y conocer el momento en que se está construyendo Europa, y reinventando al hombre en su individualidad frente a la simple criatura dominada por un Dios irascible. Ese individuo, prerrenacentista, que empieza a reinterpretar el mundo a través de un nuevo arte. Incluso intentaría buscar al Maestro de Flèmalle y preguntarle qué hay que llevar dentro, en sus ojos, en sus manos, en su alma, para crear una obra maestra como es esta Santa Bárbara (bendita).

Fotos: “Santa Bárbara” y detalle de la ventana, de Robert Campin
                                                                                                                 
                                                      

No hay comentarios: