Estamos empezando (he dicho bien, empezando) a ver estos días el espectáculo de miles de jóvenes ocupando plazas y calles al grito de “basta ya” o “no les votes”, hartos del mamoneo (etimológicamente viene de mamar, sorber del nutricio pecho materno, vulgo teta) de unos partidos políticos que llevan años mirándose el ombligo que, por cierto, lo tienen como un agujero negro que atrae todo el poder político, prebendas y , en casos, corruptelas que se le acercan.
Pronto -ya- veremos también a los medios de comunicación, que son muy cuquitos y van a lo suyito como decía Sanjurjo de Franco, manipulando la información y preguntándose en nombre de la gente de orden qué quieren estos desarrapados. Pues quieren lo que es consubstancial con el hecho de ser joven: cambiar las cosas cuando una sociedad se anquilosa de tal manera que las puertas que les pueden abrir el paso a su futuro se han encajado y están cerradas. No nos equivoquemos: la Historia nos dice que es así. Todas las revoluciones y cambios sociales han sido hechas a empujones por las generaciones nuevas frente a estructuras de poder esclerotizadas.
Fijémonos en la Revolución Francesa que cambió todo el orden social de la contemporaneidad. ¿Se habían fijado ustedes que cuando comenzó (1.789) Robespierre tenía treinta y un años y Danton treinta? ¿O que el hombre que la extendió por Europa, Napoleón, tenía treinta cuando se hizo con el poder el 18 Brumario de 1.799?
No es el único ejemplo que se me ocurre. Con la Revolución de Octubre soviética (1.917) también nos sorprenden las edades de sus líderes; Lenin, el más maduro era un hombre de cuarenta y siete años, pero Trotski tenía 30 y Stalin 29. Que por cierto, seguían -mal que bien- las ideas de Carlos Marx expuestas en “El Manifiesto Comunista” y que andaba por la treintena pasadita cuando lo pergeñó y cuarenta y dos cuando lo publicó. Si seguimos con comunistas, Fidel Castro se echó al monte para derrocar a Batista e iniciar la revolución cubana con treinta años y el Che Guevara andaba por los veintiocho.
Quizás la más espectacular en cuanto a juventud de sus protagonistas, fue la revolución de Mayo de 1.968. La iniciaron estudiantes de universidad y adolescentes de instituto. El líder más conocido en Europa fue Daniel Cohn-Bendit que tenía ¡veintitrés años! Algún día hablaremos del 68 sobre el que ha caído mucho mito y mucha mala baba también.
Cuando en una sociedad los jóvenes se desentienden refugiándose en actitudes anarcoide-botelloneras, cuando ellos no se mueven, el conjunto social se frena. Los maduros que han logrado sus objetivos lucharán porque nada cambie y los que no, justificarán su fracaso (con muchas honrosas excepciones) en conceptos que evitan la reflexión: “así es la vida”, “esto no hay quien lo cambie”, “así ha sido siempre”, “todos son iguales”… Deben ser aquéllos, los que tienen el futuro por estrenar, quienes descorchen la botella de los cambios aunque luego el bouquet lo ponga la calidad del conjunto social y la experiencia y sensatez las aporten las viejas soleras. No conozco cuerpo social o instituciones que pervivan sin este proceso. Bueno sí, está la Iglesia Católica y el Papado. Pero eso es otra historia porque el papa es el representante de Cristo en la tierra… que por cierto, tenía treinta años cuando inició su vida pública y treinta y tres cuando fue muerto.
Foto: concentración de protesta en la Puerta del Sol. Publicada por El PAÍS.com
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