En el lateral exterior de una de las dependencias del claustro de la Catedral Vieja de Salamanca, existe una puerta pequeña, sin ningún tipo de adorno, que se llama o la llaman la Puerta de los Burros.
Me encantan y me atraen esos nombres y toponímicos que huelen a trasera historia jugosa. Ya les hablé aquí de la milagrera calle de Tentenecio o de la curiosa figura del Padre Putas. Es por ello que procuré informarme del motivo del asnal nombre del portillo catedralicio. No tuve que esforzarme mucho. Para entender de curiosos anécdotas no hay sino que arrimarse a un grupete de provectos turistas con guía, quien contará toda clase banalidades y chascarrillos olvidando toda información cultural interesante.
A lo que íbamos. Al parecer hay dos teorías sobre el origen de la Puerta de los Burros. La primera tiene visos de historia seria. Cuando los aldeanos y agricultores del alfoz salmantino venían a pagar los impuestos de diezmos y primicias a la Santa Madre Iglesia (sin comentarios, hoy no me late la vena volteriana) entraban en el recinto de la catedral por esa puerta para depositar sus productos que, lógicamente, traían a lomos de noble burro. De ahí el curioso nombre.
La segunda teoría sobre la Puerta de los Burros tiene más esencias de jugosa chocarrería popular. Resulta que en una de las dependencias del claustro de la Vieja Catedral era el lugar en que se presentaban los futuros bachilleres y licenciados de la Universidad salmantina a su examen final; éste era oral, por supuesto y ante un duro tribunal formado por las autoridades universitarias. Los que aprobaban salían por la puerta principal del templo cubiertos de honores. Los que suspendían hacían su vergonzante salida… por la Puerta de los Burros. En este caso pues, el nombre no se refiere a los pacientes rucios sino a ese tipo de estudiantes que los que hemos trabajado en la enseñanza conocemos más que de sobra.
Fotos tomadas por el autor.
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