Releía hace unos días la saga de Cienfuegos, serie de novelas que Alberto-Vázquez Figueroa dedicó al descubrimiento de América, no sin cierto oportunismo puesto que lo hizo alrededor de 1.992. Aparte del poco o mucho valor literario que le demos a este tipo de obras propias de librería de estación de ferrocarril (yo le doy bastante porque el hecho de ser muy entretenidas ya es de por sí un valor) no hay libro que caiga en tus manos que no te haga reflexionar algo o en algo, en este caso en la figura de Colón.
Se pasean por la Historia una serie de personajes que tanto al historiador como al diletante nos dejan perplejos ante una serie de sentimientos contradictorios. Gentes a las que no invitaríamos a tomar una copa en casa delante de los niños porque su carácter nos repele pero que en cambio hicieron dar un salto adelante a la humanidad. El otro día hablábamos de Alejandro Magno, el muchacho que siendo violento, borracho, cruel, ambicioso y perdulario, extendió la cultura griega por el mundo conocido. Es un ejemplo. Otro, Cristóbal Colón.
Para empezar, del señor Cristoferens (Portador de Cristo) que es como él firmaba sus cartas, no conocemos ni sus orígenes y no porque se hayan perdido, sino porque él y sus hijos se dedicaron vehementemente a ocultarlos, tal vez por motivos perfectamente entendibles. El gran don Salvador de Madariaga daba la explicación, muy plausible, de que fuese judío o descendiente de judíos lo que en tierras y tiempos de la muy católica Reina Isabel era mejor borrarlo del expediente que las hogueras purificadoras estaban a la vuelta de la esquina. Pero otros autores nos hablan de motivos más oscuros, como la posibilidad de que en su juventud se hubiese dedicado a la piratería mediterránea como escuela para sus grandes dotes de navegante por lo que el misterio de su origen sería un quiebro para evitar la horca.
Dudas tenemos también sobre su casi mística seguridad sobre la existencia de una ruta navegable hacia el oeste que llevaría las naves a las riquezas del oriente en un pispas. Es excesivo que intuyese la existencia de los vientos alisios para ir y de los contralisios para volver. ¿Robó de alguna forma esos conocimientos a otro u otros marinos que ya hubiesen hecho la ruta? Bueno, realmente esto no es más que historia-ficción.
En su vida personal, no dudó en casar por conveniencia con doña Felipa Muniz, portuguesa, hija del colonizador de las islas Madeira, lo que le abrió las puertas de la corte portuguesa. A su muerte, viendo que su proyecto no cuajaba en Portugal, vino a España donde medio abandonó a su hijo Diego en manos de frailes mientras él buscaba su fortuna. Ese deambular no le quitó tiempo para amancebarse con doña Beatriz Enríquez de Arana, humilde tejedora cordobesa con la que, precisamente por falta de cuna, nunca casó aunque si le hizo un hijo. En los parámetros normales de la época eso era una inmoralidad ( a no ser que fueses noble y rico, lo que ya era otra historia).
Pero todo lo relatado son pecadillos. Lo que echa para atrás en su carácter es la desmedida ambición y su avaricia. La ambición le llevó a exigir (y conseguir) poderes inimaginables sin tener capacidad para ejercerlos. Así, el nombramiento de Virrey (vicerrey o segundo rey de unos Reyes que lo eran por designación divina) le dio poder absoluto sobre hombres y tierras allende los mares, poder que ejerció con terrible crueldad por su inseguridad a la hora de gobernar y su incapacidad de liderazgo. Exagerando un poco podríamos decir que la primera construcción colombina en la Américas fue una horca.
Su avaricia le llevó desde discutir un triste jubón al primer vigía que avistó las nuevas tierras, Rodrigo de Triana, hasta saquear, maltratar e incluso masacrar a las poblaciones recién descubiertas en su búsqueda obsesiva de oro. Porque, entendámonos, el objetivo de los viajes de Colón era en última instancia encontrar oro. Nada más. Y cuando no lo encontró intentó paliarlo con el hecho más vergonzoso de su extraña carrera: fue el primer europeo que estableció el tráfico de esclavos en América. Como suena.
Pero de lo que hablábamos era de personajes contradictorios. Colón fue un extraordinario navegante; creyó con fe ciega en que el mundo no era como lo contaban sino abarcable para el ser humano; sin monstruos, sin abismos, navegable. Vivió e hizo vivir un sueño, se marcó una meta imposible y triunfó en su realismo de exigir lo utópico: descubrió un nuevo mundo y cambió la historia. ¿Admirable por lo uno o despreciable por lo otro? Humano, creo que simplemente humano.
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Libro recomendado: "EL ARPA Y LA SOMBRA" de Alejo Carpentier.
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