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1 de febrero de 2011

DUDAS AL AMANECER

Cuentecillo más o menos histórico



Si no es por el jubón.  ¡Qué va! Se lo prometí al primero que avistase tierra y lo mantengo. Bastante se me da a mí un pingo de jubón si esa luz que veo en la proa anuncia que hemos llegado a las costas de Catay. ¿Cuántos jubones podré tener con un quinto de las riquezas de ciudades en las que las tejas son de oro?
¿Y como Almirante de la mar Océana? ¿Cuántos jubones puede tener un Almirante? Así que no. No es ahorrarme un triste jubón lo que me empuja a gritar ¡tierra! con todas mis fuerzas en este mismísimo momento. Es la gloria; es poder clamar a todos los vientos que yo fui el primero, no ya en atravesar un tenebroso y desconocido océano que ni se acaba ni está poblado de monstruos, sino que también fui el primero en divisar las tierras del otro lado del mundo. Yo, el primero. El que tenía razón frente aquellos oscuros y sabihondos dominicos de San Esteban, en Salamanca. ¡Cómo me las hicieron pasar! Que si Tolomeo estaba equivocado, que si mis cálculos no valían una mierda de gaviota, que si yo era un iluminado, o un gorrón… ¡Joé con los frailes! Pero no; ahí estoy viendo esa luz y si grito tierra antes de que amanezca mi asiento estará situado en el mismísimo Olimpo.

Pero, ¿y si no es tierra? ¿Y si mi vista, no tan firme como en pasados tiempos, me está engañando? Hace tres días esta panda de patanes quisieron obligarme a renunciar y dar la vuelta. Eso que les tengo bien engañados respecto a la distancia recorrida desde que salimos de las Islas Afortunadas. Pues es justo lo que me faltaba, anunciar el avistamiento de tierra y que sea falso. Con la envidia de los mamones esos de los hermanicos Pinzón y la mala leche que se gasta el piloto este, Juan de la Cosa o como se llame, me hacen regresar con las orejas gachas y con el apodo del “Memosintierra” o algo parecido. Por mucho menos que eso le encasquetaron al pobre Polo lo de “Micer Millones”. ¡Bonito está el patio!

Aún así la gloria, toda enteretica, debe ser mía.  Han sido muchos años, muchos caminos y muchos sinsabores para perder un ápice de ella.

¿Cuándo comenzó todo? ¿En el momento en que me escapé de aquél triste negocio que con las telas llevaba mi padre allí, en aquella ciudad a orillas de nuestro mar? ¿O cuando tuve que enrolarme de contrabandista, con algún toquecillo de pirata, para poder sobrevivir? No;  creo que todo empezó con aquel pobre colega moribundo que fue el primero en contarme que la mar océana se podía atravesar –él lo había hecho- llegándose a maravillosas tierras desconocidas; las que yo llamo Catay o las Indias por ponerle un nombre conocido para tanto ignaro como he tenido que bailar el agua para que me escuchasen. Sí, fue aquel marinero; se iba a morir de todas maneras. Bien sabe Dios que no ayudé en absoluto a su triste final; tampoco hice nada por evitarlo, es verdad, pero ¿para qué cederle la gloria a un moribundo que ni siquiera adivinaba la inmensidad de lo que me estaba contando? Pues eso. Un buen morir y a disfrutar de la vida eterna y no sufrir más en este perro mundo. En el fondo creo que fui caritativo con él.

Y a partir de ahí, cuánto peregrinar, cuántos sin sabores. Mi triste matrimonio con una pobre portuguesa, ciertamente poco agraciada, que mi abriese las puertas del rey de Portugal, total para nada. Mi refugio en un convento del sur de Andalucía, en un sitio perdido, poniendo cara de santurrón y escuchando más misas que el gallo de Santo Domingo, para que esos frailucos me consiguiesen una audiencia con la reina Isabel. ¡Y esa reina! Siete años llevaba sin cambiarse de camisa, por no sé qué promesa, cuando la conocí. ¡Qué pestazo llevaba la buena señora! Anda y que no tuve que aguantarle ñoñeces y carantoñas a la muy beata a espaldas de su confesor, un personaje siniestro con enfebrecidos ojos de loco. Patoso o Cisneros o algo así se llama. No quiera Dios que jamás le den ningún poder porque sería capaz hasta de sublevar a los moriscos de Granada. En fin, que incluso olvidándome de la criminal expulsión de tierras españolas este mismo año de mis correlig… No; no me puedo permitir ni pensarlo. Soy cristiano; no exactamente viejo, pero cristiano y lo pasao, pasao. Que me decía lo que tuve que aguantar a su cochina Majestad; mi único consuelo era pensar, mientras con ella estaba haciéndole cucamonas, en las generosas abundancias de mi Beatriz, la cordobesa que le dio un poco de color –y mucho calor- a mi triste y larga espera. ¿Y con todo esto sobre mis espaldas, ya un poco cargadas de hombros, me voy a arriesgar a que cualquiera de estos delincuentes, que son delincuentes, que los saqué de la cárcel de Palos porque si no nadie quería embarcarse, que un don chichinabo se lleve la gloria de anunciar la existencia de un nuevo mundo? Ahora mismo yo….

-¡¡TIEEEEERRAAAAAA!!

Pero… ¿pero quién ha gritado…? Será majadero el imbécil ese … sí …cómo se llama. Rodrigo. Eso es. Rodrigo, un crápula de un barrio miserable de Sevilla que está al otro lado del río. Triana. Ese es el barrio. Bueno, vale, qué le vamos a hacer. Me he quedado sin ser el primero en de dar la voz de tierra. Pero desde este momento el Descubridor y el Virrey y el baranda soy yo. Y el que pone nombre a lo descubierto, también. Ahora de momento lo tendré que seguir llamando las Indias, por no desdecirme, pero después… después a ver si hay un guapo de ponerle otro nombre que no sea el mío. A ver, estas nuevas tierras se van a llamar… Bueno, ya lo pensaré luego que ahora hay mucho jaleo con la que ha montado el berrido de ese palurdo, pringao y, y, y…¡la madre que lo trajo al mundo, al Viejo y al Nuevo! Pues no le doy el jubón ¡ea! ¿Que encima le voy a dar...? ¡Qué coño! Como que me llamo Cristóbal Colón que no se lo doy.

Artículo relacionado: Personajes contradictorios: Cristóbal Colón


Para disfrutar de alguien que sí ha escrito bien sobre el tema, recomiendo la lectura de "EL ARPA Y LA SOMBRA" de Alejo Carpentier. 

Foto: Reunión de Colón con la comisión de sabios en Salamanca. Pintura sobre azulejo en la Plaza de España de Sevilla
 

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