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13 de noviembre de 2011

UN CADÁVER CONFITADO


Treinta y tres años tenía en el momento de su fallecimiento. La edad en que muchos de nuestros jóvenes aún no han podido dejar el hogar paterno por falta de un trabajo estable  y un salario decente. Bueno, cierto es que hace más de dos mil años, Julio César, cuando aún no era el gran César, se quejó amargamente en Gades, ante un mosaico del gran personaje, de lo mismo: él rondaba los cuarenta años y no había hecho nada que semejase  a las hazañas del gran Alejandro.

 
Alguien dijo, no recuerdo quién, que si matas a una persona eres un asesino; si matas un millón, eres un conquistador que pasa a la Historia. No podemos saber cuántas tuvieron que morir para que el rey macedonio Alejandro pasase a los libros como el Magno gracias a sus conquistas. Concretamente, a la conquista del gran Imperio Persa desde el Egeo hasta la India y desde el Mar Negro hasta Egipto. En el momento de su muerte parece ser que estaba pergeñando la invasión de la actual Arabia con lo que todo el Oriente Próximo -expresión más correcta que Medio Oriente- hubiese conformado el imperio greco-macedonio.

Fue un momento en el que la tensión histórica sobre el dominio que siempre ha existido entre las culturas orientales y occidentales pareció que se inclinaba hacia estas últimas. A raíz de la conquista de Alejandro las ciudades de la actual Turquía, Siria y Jordania, Líbano, Israel o Egipto fueron plenamente grecorromanas. La lengua universal de esas tierras fue el griego (un tanto chapucero, pero griego). Los dioses, la escritura, la cultura en general, también. Bien es cierto que todo ello sucedía amalgamándose en un gran caldero de civilizaciones del que iban a surgir elementos híbridos como las religiones monoteístas de corte oriental tales como el mitraísmo, cristianismo, maniqueísmo , gnosticismo o el definitivamente ganador  islamismo. Después, precisamente el Islam decantaría la balanza de poder hacia oriente arrinconando a la cultura occidental al reducto de Europa que en el penúltimo capítulo de esta historia, en los siglo XIX y XX volvió a dominar cultural y territorialmente el mapa no ya de Oriente, sino mundial. Hablo de penúltimo capítulo porque esto no ha acabado: ahí tenemos el resurgimiento del medio y lejano Oriente con China, Japón, India y Corea a la cabeza que vuelven a empujar con fuerza, de momento sólo en los oscuros campos económicos gracias a los dioses (para nosotros).

Como casi siempre se me ha escapado el hilo del tema. Decíamos que treinta y tres años tenía Alejandro cuando murió. Una muerte oscura, en la mítica Babilonia, puede que por fiebres y agotamiento después de una casi desastrosa retirada desde la India; puede que por veneno escanciado en una de las múltiples copas de vino que de por sí ya estaban minando la salud física y mental del héroe. Como fuere el caso es que su muerte prematura, en un momento que el imperio alejandrino distaba muy mucho de estar asentado en sólidas bases, dio lugar a una lucha por el poder entre sus generales que tuvo matices rocambolescos.

En teoría el sucesor del trono era su medio hermano, Filipo Arrideo, pero éste tenía algún tipo de discapacidad mental muy acusada (¿síndrome de Down?) .  Su hijo Alejandro, concebido con su esposa, la princesa bactriana Roxana, aún no había nacido. El resto de sus descendientes eran o de concubinas o desconocidos. La situación propia para una pelea de gallos por hacerse los amos del corral, que fue lo que ocurrió.

Quizás la anécdota más novelera fue el rapto de su cadáver. A las pocas horas de su muerte, dadas las temperaturas  a orillas del Eúfrates, que es donde se encontraba Babilonia y a pesar de que su madre Olympia le considerase hijo de Zeus y él mismo reencarnación de Amón, a pesar de ese carácter divino digo, sus restos comenzaron a apestar.  Como debía ser trasladado hasta Macedonia para ser enterrado, su cuerpo se introdujo en un ataúd metálico y fue recubierto de miel. De algún modo, el magno Alejandro fue confitado para su conservación. Y fue durante su traslado, por los desiertos de la Siria profunda, cuando uno de los Diadocos, Tolomeo, el más veterano de los generales del ejército macedonio y gobernador de Egipto, atacó la comitiva, raptó el sarcófago y se lo llevó a Alejandría. Allí, los sacerdotes egipcias, que de muertos lo sabían todo, momificaron el cadáver (ni idea de cómo le quitaron la pringue melosa).

La momia no fue enterrada sino expuesta en un féretro de cristal en un monumento funerario o templo construido ex profeso. Todavía en el s. II después de Cristo consta que el emperador Adriano pudo ver los restos mortales de Alejandro Magno. Después desaparecieron. Ninguna noticia nos relata el cómo, cuándo o porqué.  He aquí un tema ideal para novelistas a lo Brown, arqueólogos de la escuela de Indiana Jones, ufólos y pirados en general. ¿Dónde se encuentran los restos confitados y momificados del chaval que conquistó casi todo el mundo que él  conocía?

Fotos: moneda con el rostro de Alejandro con los cuernos de Amón y copia del mosaico de la batalla de Isos que se encuentra en una casa de Pompeya. Realizadas por el autor.

Sobre este tema, son interesantes las trilogías escritas por Valerio Máximo Manfredi y Mary Renault, sendas vidas noveladas de Alejandro



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