Nuestro
amigo Daniel Castillo, colaborador de este blog que tienen Vds. entre
sus manos virtuales, nos ha remitido una carta . En ella nos relata
su estancia en la Toscana este verano pasado y nos envía unas fotos
que nos la ilustra.
Me animo,
con permiso del autor, a extractar y ofrecerles un fragmento de la
e-misiva por los valores del buen viajero que refleja: el asombro, el
placer estético y la cercanía de la belleza al ideal mundo
platónico que, de una forma u otra, todos llevamos dentro por muy
cerradas que sintamos que están los muros de la cueva en que
la vorágine de ordinariez global parece que quiere encerrarnos.
“...¡qué
puedo yo decir de la Toscana! Aquello tal vez no tenga parangón
en belleza y exuberancia artística en ningún otro lugar ¿no?. ¿Y
el paisaje...? Una experiencia que viví allí en varias ocasiones, y
que no he terminado de analizar, fue la de sentir, al contemplar
la vista de suaves lomas de cereal, vides, olivos, y líneas de
cipreses señalando los caminos, que estaba ante el paisaje
por excelencia, la de sentir la extraña familiaridad de lo que uno
ve por vez primera pero reconoce incluso como profundamente propio
sin saber por qué.
Sospecho que tiene que ver con los exteriores de
las películas de romanos vistas en la infancia, y recuerdo también
que de chico me gustaba quedarme absorto mirando el paisaje pintado
como fondo del cuadro de un crucificado en una iglesia de Sanlúcar,
paisaje de suaves lomas, cereal y árboles salteados.
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