Entre valles, montañas y fragosidades
varias, siempre verdes y maravillosas, se esconde en Asturias una joya de las
artes de las Españas distintas: la arquitectura prerrománica asturiana cuyos
monumentos más conocidos son Santa María
y San Miguel de Lillo que desde las faldas del monte Naranco nos hablan de un
reino astur perdido entre las leyendas y la niebla de la historia.
Es una arquitectura original que se
desarrolla a caballo entre los siglos VIII y IX, época en que el reino de
Asturias está encajonado entre las montañas y el mar sobreviviendo a duras
penas, aislado del resto del mundo ante la presión militar de Al-Ándalus y el
desierto demográfico en que se ha convertido toda la cuenca del Duero.
Tres características caben destacar en
este arte prerrománico:
1.- Es una evolución directa de la
arquitectura y esquemas decorativos visigodos. No hay que buscarle influencias
externas porque no las hay.
2.- Detrás de la construcción de cada
uno de los edificios que conocemos está la mano de la monarquía. Son los reyes
los que impulsan y financian su construcción con fines aúlicos.
3.- Como consecuencia de los dos
puntos anteriores, el arte asturiano presenta una gran uniformidad y escasa
evolución en sus formas a lo largo del tiempo.
Los historiadores fijan su origen en la construcción del templo de Santa Cruz
de Cangas de Onís, mandado erigir por Favila (el sucesor de don Pelayo que tuvo
un mal encuentro con un oso) según nos cuenta la Crónica de Alfonso III. De
esta iglesia tristemente no queda nada salvo el acta fundacional. Cuando el rey
Silo cambió la capital de Cangas a Santianes de Pravia hizo construir en esta
última un segundo templo dedicado actualmente a San Juan. Era seguramente de
planta basilical aunque ha sido modificado en diversas ocasiones durante los
tres últimos siglos. Prometo fotos en otra ocasión, cuando me haya regalado un
viaje para ir a verlo.
Pero las joyas del prerrománico
asturiano las encontramos en lo que queda del complejo aúlico que construyó
Ramiro I (842-850) en la recién fundada ciudad de Oviedo. Son Santa María del
Naranco y San Miguel de Lillo.
Según la Crónica Rotense, Ramiro “después de que descansó de las guerras
civiles, edificó muchos edificios de piedra y mármol, sin vigas (sine lignis), con obra de abovedado, en
la falda del monte Naranco”. La
Crónica Ad Sebastianum dice “Entre tanto
dicho rey (Ramiro) fundó una iglesia en memoria de Santa María… construída
solamente en cal y piedra; si alguien quisiera ver un edificio similar a ése,
no lo hallará en España. Además edificó no lejos de la dicha iglesia palacios y
baños bellos y hermosos”.
Hay que tener en cuenta que esa
Iglesia de Santa María de la que nos refiere el cronista, se trata de la actual
San Miguel de Lillo que cambió de advocación cuando el Aula Regia ramirense
pasó a ser la Iglesia de Santa María del Naranco como nos lo refiere la Crónica
Silense de principios del siglo XIII: “fabricó
(Ramiro) tan hermosa iglesia, bajo la advocación del Arcángel San Miguel, que
cuantos la ven aseguran no haber visto otra igual a ella en hermosura… Hizo
también a distancia de sesenta pasos de la Iglesia un palacio sin madera, de
admirable fábrica y abovedado abajo y en lo alto, el cual fue convertido en
iglesia después y allí se adora a la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios.”
San Miguel de Lillo era, en
consecuencia, la capilla palatina del conjunto residencial. Lamentablemente del
edificio original sólo se conserva en la actualidad la estructura tripartita
del pórtico y la tribuna y un primer tramo de las naves contiguo. Un
hundimiento en la Edad Media nos privó del resto.
En cuanto al palacio de Ramiro, la
actual Santa María, los cronistas no describen un complejo amplio sino sólo el
palacio y los baños. Le faltan elementos esenciales de las residencias de los
reyes medievales como la exedra o
salón del trono.
Es por ellos que los historiadores se inclinan por pensar que
Santa María fue una residencia de recreo donde descansar, disfrutar de las
magíficas vistas y celebrar banquetes como el que nos describe la tapicería de
Bayeux en apreciamos una construcción de dos pisos, con escalera lateral, que
recuerda mucho al palacio ramirense. En la segunda planta vemos al rey comiendo
animadamente con sus acompañantes. Siempre ha sido bueno ser rey como nos
contaba Mel Brooks en una de sus disparatadas películas.
Algo de todo este he querido mostrar a
Vds. en un reportaje fotográfico que realicé hace poco en un espléndido día
otoñal. Lo pueden ver en “Mis fotos” -columna derecha-, o en este enlace:
Aunque Asturias bien vale un
viaje que es lo que les recomiendo.
Artículo relacionado: "Del origen del Prerrománico Asturiano. Debate"
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Fotos realizadas por el autor. La del Tapiz de Bayeux ha sido realizada sobre una ilustración del Summa Artis.
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