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26 de octubre de 2011

ESTUDIAR SIN SILLAS




¡Joé cómo está el patio! Leo por ahí que una señora dice que en Andalucía los niños estudian sentados en el suelo porque en sus colegios (públicos, claro) no hay sillas.  Además creo que no es una señora cualquiera, sino doña Ana Mato, directora de la campaña de Mariano Rajoy y vicepresidenta general del PP, la que en otra ocasión dijo que los peques andaluces son analfabetos. Y aquí uno, después de treinta y muchos años de profesor por esos centros de enseñanza meridionales, sin enterarme de que estaba así la situación. La verdad es que bajitos sí me parecían los chavales pero en mi despiste no me di cuenta que medían lo que un Gasol cualquiera pero que  es que andaban tirados por el santo suelo.


Claro que, si lo pensamos seriamente, tampoco está tan mal eso de que los colegios e institutos andaluces no tengan sillas. ¿Se imaginan ustedes el tormento para los pobres chiquillos castellanos, catalanes, vascos y demás, tener que estar sentados en un duro mueble de contrachapado rematado por una horrorosa cosa sintética de color verde, durante seis horas, seis, todos los días de la semana, de todas las semanas, de todos los años de su vida hasta que se van a trabajar? ¿Alguien ha pensado lo que eso puede dejar en sus tiernos cerebros? Pues los niños andaluces no: están tirados en el suelo, que siempre es divertido, se pueden mover y remover, dar por alma a los compañeros y cazar las cucarachas que, es de suponer, también pulularán por los sureños coles.



Además ¿quién se inventó eso de las sillas para el sufrido alumnado? Que yo sepa los grandes maestros que en la Historia ha habido no las necesitaron. A los alumnos de Aristóteles (¡será alguien el profe!) se les llamaba peripatéticos, que en griego significa algo así como “los paseantes” porque el gran filósofo, posterior maestro de Alejandro Magno, daba sus clases paseando por los pórticos de la Estoa  del Ágora ateniense; lo mismo que Zenón, cuyo corpus ideológico tomó el nombre de estoicismo precisamente por esa manía de cumplir con el horario lectivo a golpe de calcetín por la antedicha Estoa. ¿Y Platón? ¿Qué me dicen de Platón, faro ideológico de padres de la Iglesia como San Agustín? Pues ahí lo tienen dando la chapa con su mito de la caverna y mundo de las ideas recorriendo de arriba abajo los jardines de la Academia. Sin sillas, que maldita falta le hacían tampoco a Sócrates que se dedicaba a decir aquello de sólo sé que no sé nada y a demostrar la ignorancia de sus conciudadanos a base de impertinentes preguntas sentado por cualquier escalón que pillase a mano por la esplendorosa Atenas de Alcibíades. Cierto es que le obligaron a suicidarse pero por pepito grillo, no por sentar a sus alumnos en el suelo.

Si ustedes visitan el aula donde impartía sus saberes nada menos que Fray Luis de León, en la Universidad de Salamanca, verán que sillas no había ni una. Graderío, como en los toros, y vas que ardes. La única silla, llamada “cátedra”, la del profe y de ahí lo de catedrático.

En cambio yo, como estudié con los curas, sí que tuve silla; bueno, realmente pupitre, un mueble en que iba integrado la silla, la mesa, el tintero y Juanito, mi compi al que le olían los pies. Pero el estar sentado allí, durante miles de horas escuchando las cosas que tuve que escuchar de aquellos reverendos padres me ha supuesto tener que dedicarme a recomponer mi cerebro, sin gran éxito,  durante el resto de mi vida. Hubiese preferidos estar tirado por los suelos escuchando a una profe culta y espabilada y tener por compañera a una niña que oliese bien. Me habría ahorrado muuuchos problemas existenciales.

Así que la tal doña Ana miente como una felona o, por no pensar mal, hace gala de una ignorancia supina sobre la realidad de un territorio y población que supone casi un tercio de España. Pese a ello, y ya que se ha lanzado la idea, reivindico el estudiar sin sillas y, de paso, sin censuras mentales, en libertad, respetando la pluralidad de gentes e ideas, con atención a todas las diversidades que se presentan en el aula,  con profesores capacitados y entregados a su trabajo, invitando a los padres a participar como co-protagonistas en la tarea, buscando como fin último el desarrollo de ciudadanos dignos, cultos y libres. O sea, lo que se hace en la enseñanza pública.

 Foto: reconstrucción de la Stoa ateniense





2 comentarios:

Claudia Baelo dijo...

Muy bueno,muy bueno.Yo también estudié en pupitre,las clases a veces se alargaban tanto que las niñas empezábamos a movernos,a mirar por la ventana,a pasarnos mensajitos...ay amigo,pero cuando el maestro/a era,era verdaderamente un maestro,las pupilas se clavaban y las órbitas se abrían que aún sentadas ni una sola se movía.Ese profesor de latín,esa profesora de literatura,aquella de historia y arte...esas quedarán en mis retinas para siempre,¡qué maravilla! del saber y trasmitir,que me hacían olvidar las duras sentadas.Usted es un profesor,sus alumnos deben recordarlo como yo a estos que cito porque además de saber hace sonreír.Gracias y saludos!

Daniel García-Parra dijo...

Gracias a tí, Claudia. Sí, soy profesor pero antes fui alumno y no se me olvidó nunca. Por eso sé que los medios materiales en la enseñanza son importantes como ayuda a la tarea. Pero no esenciales. Lo esencial es el maestro con amor a sus alumnos y a lo que enseña, y los alumnos, con sus ganas de aprender y su cariño al maestro que, fundamental, debe saber ganárselo. Si se dan estas condiciones, se puede enseñar y aprender sentados alrededor de una hoguera.