Con una mezcla de tristeza e indignación fui involuntario espectador del siguiente hecho. Dos albañiles, uno español y otro latinoamericano, descargaban una furgoneta. El español depositaba el material sobre un carro elevador de mano que manipulaba el latino. En un momento en que éste arrimaba el cacharro a la furgoneta, el español pone un pie en medio, a propósito, ante lo que el compañero tiene que frenarlo como puede. Lo consigue y cuál no sería mi sorpresa cuando el español con cara mitad de desprecio, mitad de violencia y una chulería infinita, le espeta: “¿Tú me vas a pillar a mí? Te doy una ostia que… etc..” . El muchacho agredido, sin contestar, con una medio sonrisa humillante, no dijo nada y continuó trabajando.
No es nuevo el problema del maltrato de unos españoles imbuídos de superioridad(?) contra los americanos en general, excluídos los blancos de Río Grande hacia el Norte (gringos por mal nombre) que se consideran a su vez superiores(?) a nosotros. Quiero decir que viene desde el mismo día que los españoles pusieron el pie en las tierras de América. El primero que intentó montar un comercio de esclavos con los indios americanos fue el mismísimo Almirante don Cristóbal Colón y aunque no lo consiguiera por orden expresa de la Reina, la caraja de explotación inhumana que se montó en la Américas fue tal que en Enero de 1.512 hubo que reunir una Junta de sabios y teólogos en Burgos que decidiese si los indios eran inferiores a nosotros y, por tanto, conquistables y explotables, o si por el contrario eran iguales a nosotros y había que respetarles como seres humanos.
Las conclusiones fueron espectaculares:
1.- Los indios eran inferiores puesto que al no haber recibido el bautismo eran portadores del pecado original.
2.- El dueño de almas y cuerpos es Dios y, en su nombre, su representante en la tierra el Papa quien a su vez delega en los reyes de la Cristiandad.
3.- Por tanto, la conquista por parte de los reyes de tierras paganas estaba pues justificada, siempre que el objetivo esencial fuese la cristianización. Para ello antes de cualquier ataque previo, debía leérseles a esos bárbaros paganos un requerimiento en el que se les diese la oportunidad de aceptar a Dios, al Papa y al Rey como sus supremos señores.
4.- Caso de aceptarlo, se les bautizaba y a partir de ese momento adquirían sus derechos naturales como personas. Eso sí, debían de trabajar en las haciendas españolas , las encomiendas, para poder ser catequizados y cristianizados.
5.- Caso de rechazar el requerimiento, se les podía conquistar a sangre y fuego.
El problema es que el documento de marras se les leía en castellano. ¿Se imaginan ustedes a los habitantes de un poblado del Yucatán mismo, que se ven llegar un ejército de barbudos malolientes con unas armas terrorífica y mastines asesinos, que les leen un galimatías en una lengua que no entienden y que, o aceptan lo no entendido, o les masacran ahí mismo? ¿Y que caso de acertar en la contestación –dicha a voleo, supongo- la ventaja es que pasan a ser trabajadores por fuerza (que no esclavos, ni mucho menos) del desharrapado que se quede con sus tierras?
Pues bien, eso fue lo que decidieron en las Juntas de Burgos de 1.512 los cristianísimos dominicos y demás frailes sabios para mayor gloria de Dios y de la Monarquía española.
No quiero decir que el maltrato actual al inmigrante (quiero creer que en casos puntuales aunque no sé yo) arranque de aquella salvajada. Lo que pretendo decir es que si miramos hacia atrás quizás aprendiésemos algo de humildad de la Historia, humildad que nos hace mucha falta sobre todo ante esa masa de latinoamericanos que con su presencia nos están arreglando naderías como el índice de natalidad, el rejuvenecimiento de la población, las cuentas de la Seguridad Social y el futuro de nuestras propias pensiones. Si por culpa de la crisis económica se tienen que ir, nos vamos a enterar.
Imagen: Códice Kingsborough: un encomendero abusa de un indio. Copia del italiano Agostino Aglio 1825-1826, para Lord Kingsborough
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