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21 de junio de 2011

UNA PORTADA ROMÁNICA



Pocas cosas en el arte me acercan más al concepto de perfección que una portada románica. Su apariencia de humildad y sencillez esconde toda una concepción del universo hecha piedra.

Podemos comenzar por la geometría. La figura perfecta en lo espiritual es la esfera -y en la física también: máximo de volumen en mínimo de superficie- puesto que una gran esfera es el universo y esferas son los astros que nos rodean y marcan nuestras vidas. De ella derivan el círculo, la circunferencia y la semicircunferencia como máximas expresiones del equilibrio entre fuerzas y tensiones. Introducirnos en un círculo puede protegernos de elementos hostiles exteriores o unirnos a las fuerzas benéficas en su interior. No es pues de extrañar que el semicírculo sea la forma de la portada románica. Como elemento arquitectónico es el más seguro para soportar los empujes; como espiritual es el equilibrio con el universo que nos rodea. Su perfección geométrica nos anuncia un espacio de paz y conocimiento.

Siempre nos explicaron en arte que las arquivoltas y jambas de la porta románica tienen como función dejar pasar el máximo de luz con un mínimo de vano en el muro. No dudo que sea así. Pero también veo en ello el mito de la gruta donde se esconde el saber espiritual para los iniciados. Desde tiempos inmemoriales las cuevas han tenido el significado de espacio místico y arcano que nos pone en contacto con otra realidad mágica; recordemos las pinturas rupestres del paleolítico realizadas no en la entrada, sino en lo más profundo de las cavernas; más reciente en el tiempo, los cultos druídicos (Merlín está encerrado en una cueva esperando el fin de estos tiempos) o la religión de Mitra que fue dura competencia para el cristianismo entre las legiones romanas; sus ritos también se practicaban en cuevas naturales o artificiales. Las arquivoltas románicas serían ese espacio en cierto modo grutesco que nos va a dar acceso a la oscura iglesia donde reside la divinidad. Sin meternos en tanta disquisición, esos distintos arcos superpuestos en derrame le dan un movimiento al pórtico del que carece el arco romano, su inmediato antecesor.

Y en su decoración podemos perdernos. Maravillan las mil filigranas floridas, o ajedrezados, o bolitas (otra vez encontramos la esfera) o rostros humanos de mil expresiones distintas. Asombran los malvados, y un tanto infantiles, monstruos de los capiteles de las jambas que representan a diablos, según el cristianismo, o seguramente a terrores ancestrales, atávicos, que no tienen nada que ver con nuestros pecados.

En definitiva, para mí, la portada románica no busca nuestro asombro ante el poder de la Jerusalén Celestial representada por la Iglesia. No; está mucho más cercana a una simple espiritualidad popular, no por simple menos profunda, cuyas raíces llegan muy hondas en el devenir de los tiempos.

Como limpio ejemplo de todo lo dicho, adjunto la fotografía del pórtico de la Iglesia de San Martín de Tours en Salamanca.

En este mismo blog: "San Martín de Frómista: Románico en estado puro"

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