Existen tantas historias como historiadores. Nadie medianamente pensante puede creer en una ciencia histórica absolutamente objetiva puesto que es una ciencia hecha por hombres basándose en documentos hechos por hombres o en datos extraídos de restos que tengan valor histórico e interpretados por hombres. Analicemos.
Los documentos tienen el valor que tienen y hay que cogerlos con pinzas no sólo porque se nos puedan deshacer entre las manos. Son un producto humano elaborado en un momento concreto y, en las más de las ocasiones, con unos objetivos concretos. Pongo ejemplos. ¿Quién no está de acuerdo que el emperador romano Nerón, el quinto de la dinastía Julia-Claudia, fue un monstruo de maldad? Este convencimiento parte de las biografía escritas por sus contemporáneos … todos ellos enemigos del sistema imperial o aduladores de los sucesores de Nerón. Damos un salto en el tiempo y nos vamos a la batalla de Covadonga; en los documentos cristianos es la piedra angular del inicio de una Reconquista frente al invasor sarraceno. En los documentos andalusíes ni aparece como hecho individualizado de una expedición que un tal Al-Sama (creo, hablo de memoria) realizó por el norte peninsular. Si hablamos de demografía nos tenemos que ir a archivos parroquiales de muy dudosa validez científica; si de economía, la multiplicidad de monedas, pesos y medidas hacen difícil extrapolar datos. Podría llenar folios de ejemplos. Aquí lo dejo.
Los datos más objetivos que nos pueden aportar las nuevas tecnologías de la ciencia también siempre estarán sometidos a la interpretación final que haga el historiador. Si el carbono 14 nos dice que la Sábana Santa de Turín es del siglo XIII, siempre habrá alguien que hable de contaminación de las muestras y si es de los genes mitocondriales del australopitheco afarensis también tendremos distintas ascuas para diversas sardinas.
Todo ello es así porque en definitiva el historiador es un hombre que ve el mundo a través de sus propios valores y de los valores sociales en los que se ha desarrollado, que tiene a su alcance unas técnicas específicas en un momento dado, que cambian con el tiempo y, esencialmente, que el objeto de su estudio son los hechos del hombre, no unas estructuras matemáticas.
Así que la objetividad en la historia es como un límite inalcanzable al que tenemos la obligación de aproximarnos todo lo que podamos. Es en esa aproximación donde encontraremos datos que, una vez contrastados, nos permitirán dar una interpretación histórica que se identifique en lo posible con la realidad de lo sucedido. Cuando no es así, es decir, cuando los datos son obviados o no autentificados con seriedad, nos hallamos ante una manipulación de la historia o una falsedad pura y simple.
Esto último es lo ocurrido con la ya famosa entrada sobre Francisco Franco en el Diccionario Biográfico de la Real Academia. Los datos son los siguientes: un general que se subleva contra un gobierno legal, democráticamente establecido; provoca una guerra civil con más de quinientos mil muertos y un número similar de exiliados; mantiene un régimen de gobierno, durante casi cuarenta años, sin representación popular parlamentaria surgida de elecciones libres basadas en el sufragio universal; su base de poder es el ejército y su cobertura legal un partido único con prohibición de todos los demás; existe la figura del delito político que se reprime con penas de cárcel o incluso de pena de muerte; está reprimida la libertad de opinión y asociación; existe la censura para cualquier medio de comunicación y, concluyo por no alargar esto demasiado, se impone una religión única como religión del Estado. A todo ello, el historiador que redacta la biografía -Luis Suárez Fernández- no le llama dictadura sino régimen autoritario, afirmando que no es totalitarismo. Lógicamente no estamos ante una mala interpretación de datos. Esto es un descarado intento de falsear la historia, con la complicidad de una institución como la Real Academia de la Historia que se mantiene de dineros públicos.
Ya termino. No necesitamos seguir sufragando instituciones anquilosadas que continúen manteniendo una visión falsa y oscuramente interesada de la Historia. Esos fondos estarían mucho mejor invertidos en la Universidad, en becas, ayudas y salarios a nuevos investigadores que desempolven las viejas estanterías de la historiografía fascistoide que nos quieren seguir endilgando a través de un túnel del tiempo que pretende saltarse treinta y seis años de pensamiento democrático.
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