La Asociación de Profesores de Bachillerato de Geografía e Historia de Andalucía, HESPÉRIDES, con motivo del XXX aniversario de su fundación, había programado una conferencia y una clausura solemne de unas jornadas de estudio, en la Iglesia de Macharaviaya, en la Axarquía malagueña. Es esta una preciosa iglesia de estilo neoclásico, digno entorno para el acto programado. Merece la pena hablar un poco de ella y luego continúo con mi relato.
La primera iglesia que hubo en el pueblo data de 1.505, recién conquistada (¿arrasada?) la Axaquía por los Reyes Católicos. Pero al poco tiempo ya estaba hecha una ruina por la falta de medios entre los lugareños para su mantenimiento -que la catedral gorda y aparente con dineros reales y eclesiales se estaba haciendo en Sevilla-. Será en el último tercio del siglo XVIII cuando se inicie su reconstrucción, de nueva planta, por el interés de don José de Gálvez, ministro de Indias e hijo del pueblo, y el permiso específico del Rey Carlos III que la apadrinó permitiendo poner su escudo en la fachada aunque no que se enlosara con doblones, a no ser que se pusieran de canto, porque no se pisara su magno (y feo) rostro. No hubo dinero para tanto aunque sí que había mucho; esta iglesia se financió con las ganancias de la fábrica de naipes que en Macharaviaya establecieron los Gálvez, ostentando el monopolio para todas la tierras de la Españas, que eran medio mundo y que duró hasta que Heraclio Fournier hizo algo parecido en Vitoria. Curioso eso de que un templo se construya con dineros de los pecaminosos juegos de azar repudiados por la Santa Madre Iglesia. Indudablemente, Dios escribe derecho con renglones torcidos (argumento utilizado por mis honorables profesores en mi niñez). A lo que íbamos; así surge un precioso edificio, de aspecto catedralicio, de una gran pureza de líneas en su bóveda de medio cañón y el remate de la cúpula semiesférica según los más puros cánones neoclásicos. También nace la leyenda de que los doblones que no se utilizaron como losetas están enterrados por ahí, en alguna parte. Parece ser que los currantes que trabajaron en su rehabilitación (1.995) removieron Roma con Santiago aunque no consta que encontrasen nada.
Pues en esas estábamos más de ochenta profesores-historiadores, escuchando con más que simple agrado disertar a don Manuel Olmedo Checa, miembro de la Real Academia de las Artes de San Telmo, sobre la familia de los Gálvez. Serían alrededor de las siete cuando aparece un señor -luego supimos que era el cura de la iglesia- primero colocando sus sacroaparejos sobre el altar y luego ya, directamente, diciéndonos que nos teníamos que marchar. Ante la amabilísima solicitud del conferenciante, nos dio tres minutos más y luego fuera ¡ea!. Así lo hicimos, obedientemente, y la “solemne” clausura de las jornadas tuvo lugar en la … calle (no le pongo epíteto por delante que quedaría bastante feo). Según malas lenguas, para que entrasen tres fervorosas señoras de edad avanzada a escuchar una misa vespertina. Según peores, no pasaban de dos las viejas beatas. Que digo yo a título absolutamente personal, por veinte minutillos ¿no podríamos haber compaginado el culto a Dios con el culto al conocimiento habida cuenta de que contábamos con el permiso del obispado para el acto? Sobre todo si recordamos que las rehabilitaciones de los divinos templos se costean con los profanos dineros públicos. Pero por ahí me late la vena volteriana y tampoco es caso, que no fue tan grave y que no fue a nosotros a quienes se nos contabilizó el pecado capital de soberbia en los asientos de balance espiritual.
No quiero acabar sin una última historieta. Cuentan las crónicas que en 1.920 una virginal novia cayó muerta fulminantemente en las gradas del altar durante la ceremonia de su enlace matrimonial. Desde entonces su espíritu vaga desconsolado por las naves y rincones de la iglesia tal como confirman serios trabajos de estudiosos de fenómenos paranormales. Aunque para mí tengo que a las siete de la tarde se cuidará muy mucho de lanzar ululantes gemidos y arrastrar de hórridas cadenas la vaya a echar el cura a la … calle.
1 comentario:
Me parece genial Dani.
Rubén.
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