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13 de junio de 2011

MARAVILLOSAS TIERRAS DE OLVIDADOS HÉROES


He pasado unos días perdido por el fragoroso paisaje de la Axarquía malagueña asombrándome de mi propia ignorancia. He tenido toda mi vida esa comarca a una hora de viaje de mi casa y desconocía por completo los tesoros de paisaje, historia y geografía humana que, si me voy al tópico diría que encierra, pero que en realidad ofrece abiertamente a todo aquél que elija conocer su propia tierra antes de irse a la exótica quinta puñeta.

Es un paisaje de abruptas montañas con cultivos imposibles  en sus escalofriantes pendientes: los viñedos de uva moscatel, el aguacate y el mango se agarran con sus leñosas uñas a laderas soleadas que el hombre ha tardado siglos en domeñar y unos poquitos de años en abandonar en parte, yéndose tras laterculizados espejismos. (No he dicho una grosería; la palabra latina laterculus significa ladrillo y laterculizar es mandar a tomar por latérculo la economía y el paisaje español). Pueblitos como nidos de águila con nombres tan sugerentes como Almachar, Moclinejo, Comares o Macharaviaya hacen equilibrios de supervivencia en  cumbres y barrancas. Todo ello se interrumpe abruptamente en una costa de preciosas playitas en su día casi vírgenes y hoy muy sobadas por la especulación y la desastrosa falta de ordenación urbanística y territorial. Y aún así, maravillosas.

Fue en Macharaviaya donde me topé con una figura histórica que refrenda aquello que dijo Cánovas del Castillo sobre ser español. Hablo de don Bernardo de Gálvez. Nació en ese pueblo de la Axarquía. Era sobrino de don José de Gálvez, quien fuera Visitador de la Nueva España y Ministro de Indias con Carlos III. El hombre que, entre otras cosas envió a Fray Junípero Serra y sus franciscanos a colonizar California y la costa oeste de los Estados unidos y que fundaron  conventos y aldeítas que tienen nombres como San Diego, San Francisco, Los Ángeles … ¿nos suena?

Bien; pero hablábamos del sobrino don Bernardo, una figura que de no ser español sino anglosajón, hubiese hecho las delicias de John Ford y sido reencarnado por John Wayne. Nombrado teniente del ejército español, luchó contra los apaches que, incomprensiblemente, no querían ceder sus territorios, vida y cultura a la civilización cristiana. Les admiró y les venció, unas veces sí y otras no.

Ya gobernador de La Luisiana, el inmenso territorio de la cuenca del Mississippi columna vertebral de los actuales EE.UU., desarrolla la ciudad de Nueva Orleans, más española que francesa a pesar de las películas yanquis, y funda otras nuevas como Galveston (su propio apellido). Pero pasa a la historia por algo más transcendental: fue el militar que en la Guerra de Independencia norteamericana, al mando de las tropas y flota españolas, expulsó a los ingleses del sur cubriendo las espaldas a George Washington y a Jefferson. Fue en esta campaña cuando protagonizó el hecho que le dio fama. Estaba empeñado en la toma de la ciudad de Pensacola, para lo que necesitaba la intervención de la flota que debía desembarcar a los infantes. Pero la ciudad estaba defendida por varios fuertes con artillería inglesa lo que, al parecer, le daba un cierto reparo al almirante español. En ese momento don Bernardo, en un gesto de esencias toreras -“yo solo”-  decide romper las defensas británicas exclusivamente con su propio bergantín, el Galveztown. Previamente le envía un mensaje al comandante de la flota en el que entre otras cosas le dice: “El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo”. No sé cómo le sentaría el desplante al buen marino. Pero así lo dijo, así lo hizo y tuvo éxito, asegurando el dominio de los insurgentes americanos en el Golfo de México. El Rey le dio el título de Conde de Gálvez y posteriormente le nombró Virrey de Nueva España.

En la preciosa iglesia neoclásica de Macharaviaya está el panteón de los Gálvez. Se dice que la familia quiso enlosar el suelo con doblones de oro y plata pero que el rey no lo permitió porque su efigie no fuese pisoteada. Don Bernardo no se encuentra en ella puesto que está enterrado en Ciudad de México. Había muerto a los cuarenta años por culpa de una infección de e-coli a causa de beber aguas contaminadas que tampoco tenían nada que ver con unos humildes  pepinos. Luego, como ocurre casi siempre en este país, fue olvidado mientras que en los Estado Unidos aún se le recuerda como héroe de su Independencia. Y es que “España y yo somos así, señora”.

 Fotos: iglesia de Macharaviaya. Retrato de Bernardo de Gálvez
Más información en: http://www.asociacionbernardodegalvez.es/index.php


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