El 25 de agosto falleció Neil Armstrong. Aunque resulte increíble, en un mundo en que los héroes son destellos fulgurantes en una pantalla de ordenador o de telefonillo que duran solamente días, el nombre de Armstrong se perdió hace tiempo en la nube de información digital. Hagan una prueba: marquen “Neil” en el buscador de Google y verán que no es Armstrong el primer nombre que les propone.
Y sin embargo es, fue, el primer ser humano que pisó un cuerpo celeste extraño al planeta tierra. El primer hombre en la Luna, un auténtico héroe para toda una generación que educada en Julio Verne, en La odisea del Espacio 2001 o en los deliciosos relatos de Isaac Asimov, estaba -estuvimos- seguros de que ese alunizaje era la apertura de la puerta a las estrellas. Los árboles no nos dejaban ver el auténtico bosque de propaganda militarista, de guerra fría, de imperialismo global que había tras el viaje del Apolo XI. Cómo íbamos a imaginar aquella madrugada madrugada del 21 de julio de 1969, con los ojos pegados al televisor en blanco y negro, escuchando la voz quebrada por la emoción de Jesús Hermida, oyendo aquello del pequeño paso y el gran salto, cómo íbamos a suponer digo, que después de la foto se apagarían los focos y todos a casa que aquí no hay conquista del espacio sino sólo de prestigio para una potencia dominante.
Un gran salto para la humanidad y una gran ocasión perdida. Pero de nada de ello tuvo la culpa Neil Armgstron. Él, a pesar de todo, fue un héroe que supo dar la talla en el momento decisivo. Demostró que aquellos astronautas en sus locos cacharros no era robots teledirigidos desde Huston. No; tomaban las decisiones en el momentos extremos y se jugaban la vida por la misión encomendada. Repasen si no el relato de los últimos segundo de aquél primer alunizaje que he recogido por no recuerdo qué rincón de Internet:
“El 20 de julio de 1969, después de tres días de viaje desde la Tierra, él y su compañero Buzz Aldrin se disponen a aterrizar sobre la superficie lunar a bordo del vehículo "Eagle". La maniobra entraña un indudable riesgo para sus vidas. Incluso hay un plan para comunicar su muerte a la nación y el presidente Nixon tiene preparado un discurso alternativo por si fracasan.
A diez minutos del alunizaje y a 15.000 metros sobre la superficie lunar, una luz naranja empieza a brillar en la pantalla del ordenador. La palabra PROG aparece sobreimpresionada y el dispositivo anuncia que se trata del error 1202. Nadie sabe de qué se trata y nunca ha ocurrido nada parecido en las simulaciones. "Dadnos una lectura para la alarma 1202", reclama Armstrong con la mayor frialdad. El control de Houston supone que el ordenador está acumulando demasiadas tareas y decide seguir adelante con la misión.
Unos instantes después, descubren cuál es el problema del programa. Los radares del módulo corrigen súbitamente su posición y muestran que han estado volando a más velocidad de la programada y se han saltado el lugar de alunizaje. El ordenador les está llevando hacia un gran cráter con un montón de rocas y una zona completamente insegura. Houston se plantea abortar la misión, pero el comandante del vuelo decide seguir adelante. Armstrong activa un programa de control semiautomático, toma el control de la nave y la coloca prácticamente en vertical para buscar un lugar adecuado para aterrizar. Quedan noventa segundos de combustible y cuando el contador llegue a veinte el módulo les enviará automáticamente hacia arriba para salvarles. Cuando en tierra cantan 30 segundos, Buzz Aldrin observa la luz de contacto. Unos segundos después, justo al límite del tiempo de combustible, Armstrong logra posar el Eagle en lugar seguro. "Houston, aquí base Tranquilidad. El Eagle ha alunizado".
Luego vino lo del pequeño paso; quizás la frase no fuese muy imaginativa pero era mucho mejor que la de exploradores antañones: “Tomo posesión en nombre de...”
Adión Neil. Te llevas contigo muchos sueños de muchos viejos muchachos.
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