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30 de septiembre de 2012

EL CORONEL QUE NO SE HIZO CARTUJO


Supongo que por falta de otras noticias, este verano se dedicaron los periódicos nacionales a resaltar el aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

El par de neuronas de guardia que me quedan en funcionamiento durante la pereza estival me trajeron el recuerdo de una historieta que me contaron los curas del colegio de mi infancia, allá por los años 50. Resulta que el piloto del bombardero que soltó la Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima tuvo tales remordimientos posteriormente que abandonó el mundo con sus obras y sus pompas e ingresó en un monasterio de clausura de los frailes cartujos, nada menos.

Me entró la curiosidad por comprobar el hecho y también en qué punto exacto de la ciudad cayó la bomba. Así que puse manos a la obra a ver qué salía.

El piloto al que se referían mis reverendos padres profesores es, o mejor dicho, fue, el entonces coronel de la fuerza aérea de los Estados Unidos Paul Tibbets, oriundo de un pueblo de Illinois. Fue elegido como piloto para el Proyecto Manhattan en 1.944, proyecto tan absolutamente secreto que no pudo comentárselo a su esposa. Es más, le llegó a decir que los científicos que se veían por la base eran ingenieros sanitarios. Se tiró años riéndose con su compinches por el día que su santa llamó a uno de esos sabios pioneros en el estudio de la física atómica para que le solucionase un problema de atasco de cañerías en su casa.

 Tibbets preparó a las tripulaciones de los nuevos B-29, diseñados para el transporte de la bomba, en las complicadas maniobras de escape para evitar el hongo mortal de la explosión. Fue él quien puso el nombre de su madre, Enola Gay,  al avión  con que bombardeó Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Un raro honor lo del unir el nombre de tu dulce mamá con una de las mayores masacres de la historia del siglo XX.

Posteriormente, Tibbets ascendió a general de brigada y se retiró del ejército en 1.966 con más medallas que una tienda de recuerdos de Lourdes. Fue piloto privado y cuando se jubiló era ejecutivo de una empresa de aero-taxis. Creo que nada de todo eso tiene nada que ver con los silenciosos cartujos. Es más, en ningún sitio he leído que ni siquiera fuese católico. Murió en 2007, a los 92 años de edad sin haber manifestado jamás, en las incontables entrevistas que se le hicieron a lo largo de su vida, el más mínimo remordimiento por haber protagonizado el primer bombardeo atómico de la historia. Parece ser que fue el copiloto, capitán Robert Lewis el que exclamó en el momento de la explosión: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?” Es lo más cercano a un arrepentimiento que he encontrado.

Me temo que mis curas o no estaban muy bien informados o, con los sentimientos germanófilos que siempre hubo en las bodegas de la ideología franquista, lo que nos quisieron transmitir es que los aliados fueron tan bárbaros como lo habían sido los nazis… charco histórico en el que hoy no tengo muchas ganas de meterme.

Resuelto el problema del militar reciclado en fraile, me quedaba la curiosidad del punto exacto donde cayó la bomba.

Observen la foto. El artefacto atómico fue apuntado sobre el puente que se ve a la izquierda de la imagen. Digo fue apuntado porque la explosión se produjo en el aire, sobre la vertical de dicho puente a 600 metros de altura aproximadamente y por causa del viento se desvió casi 244 metros detonando sobre una clínica quirúrgica. Eran las 08.15 horas de la mañana. La bomba había tardado 55 segundos en caer. Todo esto produjo la paradoja de que el edificio más próximo a la deflagración (el famoso con la cúpula en esqueleto que se ve en la imagen) no fuese borrado del mapa porque recibió la onda de choque en vertical.

Los datos del horror son de sobra conocidos: una bola de fuego radiactivo de casi trescientos metros, a más de 1.000.000 de grados de temperatura que, unidos a la onda expansiva, produjeron 70.0000 muertos en el instante y hasta 200.000 en los años posteriores por la radiación.

Lo que sí se nos olvida alguna vez, cuando leemos sobre Irán o Corea del Norte u otras potencias del mal -Bush dixit- es que el único país que hasta ahora que ha utilizado armamento atómico de destrucción masiva han sido, precisamente, los Estados Unidos de América, paladines de la libertad.

Fotos: Paul Tibbets en el momento de iniciar el histórico vuelo, el Enola Gay en el Museo del Aire y el Espacio y el Hiroshima Peace Memorial.



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