Supongo que por falta de otras
noticias, este verano se dedicaron los periódicos nacionales a resaltar el
aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.
El par de neuronas de guardia que me
quedan en funcionamiento durante la pereza estival me trajeron el recuerdo de
una historieta que me contaron los curas del colegio de mi infancia, allá por
los años 50. Resulta que el piloto del bombardero que soltó la Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima
tuvo tales remordimientos posteriormente que abandonó el mundo con sus obras y
sus pompas e ingresó en un monasterio de clausura de los frailes cartujos, nada
menos.
Me entró la curiosidad por comprobar
el hecho y también en qué punto exacto de la ciudad cayó la bomba. Así que puse
manos a la obra a ver qué salía.
El piloto al que se referían mis
reverendos padres profesores es, o mejor dicho, fue, el entonces coronel de la
fuerza aérea de los Estados Unidos Paul Tibbets, oriundo de un pueblo de
Illinois. Fue elegido como piloto para el Proyecto Manhattan en 1.944, proyecto
tan absolutamente secreto que no pudo comentárselo a su esposa. Es más, le
llegó a decir que los científicos que se veían por la base eran ingenieros
sanitarios. Se tiró años riéndose con su compinches por el día que su santa
llamó a uno de esos sabios pioneros en el estudio de la física atómica para que
le solucionase un problema de atasco de cañerías en su casa.
Tibbets preparó a las
tripulaciones de los nuevos B-29, diseñados para el transporte de la bomba, en
las complicadas maniobras de escape para evitar el hongo mortal de la
explosión. Fue él quien puso el nombre de su madre, Enola Gay, al avión con que bombardeó Hiroshima el 6 de agosto de
1945. Un raro honor lo del unir el nombre de tu dulce mamá con una de las
mayores masacres de la historia del siglo XX.
Posteriormente, Tibbets ascendió a
general de brigada y se retiró del ejército en 1.966 con más medallas que una
tienda de recuerdos de Lourdes. Fue piloto privado y cuando se jubiló era ejecutivo
de una empresa de aero-taxis. Creo que nada de todo eso tiene nada que ver con
los silenciosos cartujos. Es más, en ningún sitio he leído que ni siquiera
fuese católico. Murió en 2007, a los 92 años de edad sin haber manifestado
jamás, en las incontables entrevistas que se le hicieron a lo largo de su vida,
el más mínimo remordimiento por haber protagonizado el primer bombardeo atómico
de la historia. Parece ser que fue el copiloto, capitán Robert Lewis el que exclamó
en el momento de la explosión: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?” Es lo más cercano
a un arrepentimiento que he encontrado.
Me temo que mis curas o no estaban muy
bien informados o, con los sentimientos germanófilos que siempre hubo en las
bodegas de la ideología franquista, lo que nos quisieron transmitir es que los aliados
fueron tan bárbaros como lo habían sido los nazis… charco histórico en el que
hoy no tengo muchas ganas de meterme.
Resuelto el problema del militar
reciclado en fraile, me quedaba la curiosidad del punto exacto donde cayó la
bomba.
Observen la foto. El artefacto atómico
fue apuntado sobre el puente que se ve a la izquierda de la imagen. Digo fue
apuntado porque la explosión se produjo en el aire, sobre la vertical de dicho
puente a 600 metros de altura aproximadamente y por causa del viento se desvió
casi 244 metros detonando sobre una clínica quirúrgica. Eran las 08.15 horas de
la mañana. La bomba había tardado 55 segundos en caer. Todo esto produjo la
paradoja de que el edificio más próximo a la deflagración (el famoso con la
cúpula en esqueleto que se ve en la imagen) no fuese borrado del mapa porque
recibió la onda de choque en vertical.
Los datos del horror son de sobra
conocidos: una bola de fuego radiactivo de casi trescientos metros, a más de
1.000.000 de grados de temperatura que, unidos a la onda expansiva, produjeron 70.0000
muertos en el instante y hasta 200.000 en los años posteriores por la
radiación.
Lo que sí se nos olvida alguna vez,
cuando leemos sobre Irán o Corea del Norte u otras potencias del mal -Bush dixit-
es que el único país que hasta ahora que ha utilizado armamento atómico de
destrucción masiva han sido, precisamente, los Estados Unidos de América,
paladines de la libertad.
Fotos: Paul Tibbets en el momento de iniciar el histórico vuelo, el Enola Gay en el Museo del Aire y el Espacio y el Hiroshima Peace Memorial.
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