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3 de febrero de 2011

EGIPTO



Tenía yo cerrado un viaje a Egipto para este mes pero va a ser que no; no está el horno para dulces de pistacho. Los vientos del pueblo han arrasado con mis proyectos lo mismo que van a arrasar con un viejo dictador a su vez heredero de otro dictador, a su vez….
Me duele ya un poco el tímpano izquierdo de escuchar que lo que ocurre es que el Islam es incompatible con la democracia, que los países musulmanes están anclados en la Edad Media o que su cultura les impide el avance hacia formas de Estado más desarrolladas. Pues, con permiso, no me lo creo. Ha sido - es - el imperialismo y el colonialismo, bien directo, bien delegado en impresentables mandatarios apoyados por occidente, lo que está impidiendo el desarrollo de estos países. Hablemos de Egipto que es un ejemplo muy claro de lo antedicho si nos fijamos en su historia más o menos reciente.

Ya Napoleón había puesto los pelos como escarpias al Imperio Británico cuando intentó conquistar el Medio Oriente, empezando por Egipto,  buscando cortar las comunicaciones entre los ingleses y sus territorios asiáticos, fundamentalmente la India. Es por ello que cuando se inaugura el Canal de Suez (1.869) Inglaterra somete  al territorio a un Protectorado a pesar de ser un país más o menos autónomo dentro del Imperio Turco (que esa es otra si de independencias hablamos). ¿Qué es un protectorado? Pues algo así como mi dulce hogar: yo gobierno pero bajo el mandato directo de mi señora. Suez era la vía de comunicación marítima única entre oriente y occidente, la arteria aorta de los imperios europeos. De ahí la “protección” a la que se ven sometidos los egipcios.

Con la segunda revolución industrial la cosa se complica aún más.  Las principales reservas de petróleo se encuentran en Oriente Medio. Quien lo controle controlará el mercado energético. De ahí que en la I Guerra mundial Francia e Inglaterra realicen todo lo posible para hacerse con el control no ya de Egipto, sino de todo el antiguo Fértil Creciente. La coartada fue liberar a los árabes del yugo otomano. (Recordemos la figura de T.E. Lawrence, el Lawrence de Arabia de la película). Cuando termina la Gran Guerra, Inglaterra y Francia se reparten el botín instalando monarquías títeres de corte medieval bajo su directa supervisión y control, como los Saudíes en Arabia e Irak o el rey Fu’ad en Egipto.  Durante la II Guerra Mundial serán los ejércitos inglés y alemán, el famoso Afrika Korps de Rommel, los que se batan el cobre por el control de Suez y de los campos petrolíferos.

Terminado el conflicto, el rey Faruq, heredero de Fu’ad, es el corrupto títere que gobierna a los egipcios en nombre de las potencias occidentales. Pero el escenario va a cambiar radicalmente. Por un lado se establece en territorio palestino el Estado de Israel, auténtico portaaviones defensor de los intereses energéticos de la nueva potencia mundial, los Estados Unidos. Por otro, no mucho después, un militar, Gamal Abdel Nasser, derrocará al rey y establecerá una república de corte socialista (no socialdemócrata) en Egipto. Su política de nacionalizaciones, desde la propiedad agrícola hasta el Canal de Suez, alarmará de tal modo a occidente que cuando nacionaliza el Canal es atacado de inmediato por ingleses y franceses (1.956). Ante la hostilidad de occidente, Nasser buscó seguridad en la Unión Soviética que le financió la presa de Assuan y  la modernización de su ejército. Además intentó fortificar al mundo árabe con la creación de la R.A.U. (República Árabe Unida), una unión política de Egipto y Siria abierta a otras naciones de la zona. Todo ello era inadmisible para Estados Unidos: ni la URSS debía estar ahí según el reparto del mundo que se regalaron a sí mismos Roosevelt y Stalin en Yalta, ni Israel podía ser amenazado por una pinza sirio-egipcia fuertemente armada. Con la Guerra de los Seis Días (1.967), llevada a cabo por Israel con el total apoyo de los EE.UU, acabarán los sueños de independencia y socialismo de Nasser, rematados por la guerra del Yomm Kippur (1.973), una respuesta desesperada de Egipto y los países árabes a la anterior agresión.  El sucesor de Nasser, muerto en 1.970, Anwar el-Sadat, otro militar con poderes absolutos, se verá obligado a firmar los Acuerdos de Paz de Camp David (1.978) por el que reconoce al Estado de Israel y se aparta de la Unión Soviética a cambio de una lluvia de dólares americanos. A partir de ese momento el Gobierno egipcio será el gran aliado de “amigo americano”. Esto produce tal malestar entre el resto del mundo árabe y sus mismos conciudadanos que Sadat es asesinado en 1.981 por un oficial de su propio ejército. Su sucesor será el actual dictador (si es que lo sigue siendo mientras escribo) Hosni Mubarak. Treinta años en el poder.

Durante ese tiempo, el mundo ha cambiado.  La Unión Soviética, el oscuro enemigo, desapareció (también vientos del pueblo) y con ella, la Guerra Fría. Pero los objetivos imperialistas, el control del petróleo en primer lugar, no. Ha habido que crear nuevos enemigos para seguir manteniendo la zona bajo el puño de hierro de las grandes multinacionales y los gobiernos que las protegen: Irán primero, después Irak, el islamismo radical, los talibanes y el sunsun corda. Los instrumentos de ese control siguen siendo los mismos dictadores impresentables de siempre, apoyados por los yanquis, los gobiernos europeos y occidente en general. Son corruptos, manipulables y lamen la mano que les da de comer. A cambio impiden cualesquiera cambios democráticos que como tal y por definición, son impredecibles y más difíciles  de manejar que un entorchado militarote o un multimillonario sultán. No, no existe la imposibilidad de democracias islámicas, es que en ningún momento se lo hemos permitido.

Así que me he quedado sin mi soñado viaje a Egipto pero Al-amdu li-llāhi o alabado sea el Señor, como ustedes prefieran, si es a cambio de abrir las anchas avenidas de la libertad a unos pueblos secularmente sojuzgados.

 Foto: Gamal Abdel Nasser






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