Reflexionábamos el otro día sobre el
sencillo placer de pasear reposadamente por el museo de nuestro lugar en alguno
de esos tiempos muertos que, si los buscamos, siempre encontraremos entre la
balumba cotidiana.
En esa actividad me encontraba cuando
en un coqueto jardincillo del jardín del Museo de mi ciudad me sorprendió la
figura que les muestro. Un monolito de granito, de la talla de una persona más
o menos, con una escueta leyenda informativa al pie que nos cuenta que se trata
de una estatua-menhir del 1500 a.C., en plena Edad del Bronce. Fue hallado en
Valdefuentes de Sangusin, un pueblecito de la comarca de la Sierra de Béjar, en
Salamanca.
Hasta ahí llegaban los datos sobre el
monolito. Pero no fueron éstos lo que me llamó la atención, sino la simple
belleza de la escultura, porque para mí de escultura se trata. Veo en ella una
figura humana estilizada, de purísimas líneas de una sencillez esplendorosa.
Los rasgos están simplemente apuntados: aquí la cabeza, debajo brazos y
músculos del pecho y finalmente una levísima insinuación de sexo y piernas.
Todo ello haciendo gala de una contradictoria inocencia primitiva frente (o
junto) a un complejo proceso de abstracción de, a mi parecer, gran profundidad
intelectual. Me admira cómo, tras el trabajo, es de suponer que arduo, de
modelación del bloque granítico para darle forma, con unos simples golpes de
cincel el artista es capaz de hacer emerger el concepto del cuerpo humano con
una descripción mínima.
Podría enredarme en una disquisición
sobre la modernidad o no de la abstracción en el arte, pero ni mis
conocimientos sobre el tema ni mi pereza intelectual me dan cancha para ello.
Solamente les invito a disfrutar de la inocente belleza que nos dejó como
legado un habitante de las ásperas sierras centrales de hace más de 3.500 años.
Foto tomada por el autor en el Museo de Salamanca.
Foto tomada por el autor en el Museo de Salamanca.
1 comentario:
Hola,
Muy sencilla y estupenda explicación
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