Nació en Córdoba en 1874 y murió en la
misma ciudad en 1930, por tanto vivió el final de siglo y la eclosión de las
vanguardias de principios del XX. No participó de ninguna de ellas pero tuvo
una popularidad impensable actualmente para nadie que se dedique a la pintura o
al arte en general si exceptuamos la música.
Estaba predestinado a ello. Nació en
el propio Museo de Bellas Artes de Córdoba, del que era director su padre don Rafael Romero Barros, pintor academicista
de prestigio local. Así que se crió entre pinceles y olores a pintura y
disolventes. Con veinte años ya participó en el Exposición Nacional de Madrid y
en 1906 alcanzó la fama precisamente por ser rechazado un cuadro suyo en el
mismo evento por considerarse inmoral. Se titulaba Las vividoras del Amor y nos podemos imaginar el tema. Fue expuesto
en el Salón de Rechazados y tuvo más visitantes que la propia exposición.
Para mí ese es uno de los secretos de
la popularidad de Romero de Torres: su erotismo descarado en una España oscura
y pacata en que papá se tenía que ir a París en el Rápido de Irún para ver a la
Josefina Baker vestida con unas (pocas) cáscaras de plátano en el Moulin Rouge.
Caso de que papá fuese rico, se entiende.
Una vez que se estableció en Madrid, fue catedrático
de ropaje en la Escuela de Bellas Artes y vivió la efervescencia intelectual de
los años de la Generación del 98 y el nacimiento de la del 27. Fue amigo de Valle-Inclán y asiduo del Café
Gijón y otros templos intelectuales en que se mezclaba arte con chocolate y
churros. Llama la atención esta intensa vida intelectual en un autor que, creo
que para su desgracia, terminó siendo objeto de pasodobles o dibujo de billete
de veinte duros.
Tel vez ese populacherismo propio del
franquismo más garbancero haya hecho que hoy sea un pintor casi olvidado y poco
apreciado. ¿De manera injusta? Gente como Falla o García Lorca también se
aprovecharon del folklorismo más descarado o Picasso se infló a pintar corridas
de toros, salvando las distancias, naturalmente.
Pero si nos damos un paseo por su
casa-museo en Córdoba, en la que murió en olor de multitudes tras dirigir el
Museo de Córdoba durante años, podemos ver con otra mirada el trabajo de Romero
de Torres. Si nos quitamos el cliché de que “pintó a la mujer morena” podremos
ver que lo que pintó fue a la mujer triste, inculta, pobre y explotada de la
retrasada sociedad española del siglo XX. La mujer que para escapar de la
miseria y de los hijos que Dios mandase no tenía más alternativa que el piso
puesto por el señorito o la prostitución. Tal vez sea eso de lo que nos hablan
esas miradas profundas, tristes, infinitamente ancestrales de su Piconera o de
sus modelos mostrando los pechos entre naranjas y limones. Tal vez. Por motivos
que no vienen al caso admito que quizás no soy muy objetivo y los retratos de
Julio Romero de Torres no pasen de ser meros cromos eróticos.
Si se dan un paseo por Córdoba, algo
que siempre merece la pena, y se acercan a la Plaza del Potro, ustedes mismos
podrán juzgar.
Fotos: 1.- La Piconera. 2.- Museo de Bellas Artes de Córdoba. 3.- Cuadro de Julio Romero de Torres. 4.- Casa- Museo del pintor. Tomadas por el autor excepto el de la Piconera.
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