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16 de febrero de 2012

PERDERSE POR SANTIAGO



Uno de los muchos placeres que nos puede proporcionar viajar es perdernos. Prometo que no lo digo por epatar. Qué duda cabe que si nos programamos para ir a ver Florencia, es un placer llegar y ver la Catedral, o el Donatello o el David. Y comernos una bistecca fiorentina acompañada de un vaso o más de chianti. Pero sacar un rato para perdernos por sus callejas o, más allá, por los campos de la Toscana, es placer de dioses.

En esta España mía, esta España nuestra, tenemos mil calles, recovecos y rincones para poder disfrutar del placer de perdernos. Cada uno de ellos tendrá su encanto. Hace muy poco lo hice por el viejo casco urbano de Santiago de Compostela. No hace falta que nadie nos diga que es Patrimonio de la Humanidad para darnos cuenta que estamos en contacto con algo grande por su historia e íntimo por lo profundamente humano. Los nombres de sus calles y plazas como el Preguntoiro, los Francos… nos hablan de millones de peregrinos durante cientos de lustros. Todos ellos han quedado en el alma de la ciudad como quedó la huella de su mano en el parteluz del pórtico de la Catedral.

Por sus calles grises, brillantes por finísimas lluvias eternas, podemos participar de los gozos y las sombras de una inmensa Galicia acurrucada en sí misma. Escuchamos los ecos de locuras en la casa de la Troya, o los rumores de un bosque animado en profundo granito. Las follas novas las hallamos escritas en los altorrelieves de su catedral y en burgueses frisos medio escondidos bajo las porticadas rúas. Incluso si abrimos bien los ojos podemos asombrarnos con inesperados colores del ocaso del fin de las tierras.

Perderse un poco en Santiago, es encontrarse otro poco a uno mismo.

Pobre instrumento es una cámara fotográfica en manos de un aficionado para darnos imagen de lo que he querido  contar. Pero lo he intentado. El resultado está publicado en Picasa. Éste es el enlace; si es posible valorad  más la intención que el resultado.

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