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6 de noviembre de 2011

EL OLIVO Y EL TEJO

La arquitectura mozárabe de los valles de tierras cántabras, palentino-leonesas y astures de los aledaños del siglo X, me parece a mí que es una técnica de construcción de ida y vuelta. Cuando hablamos del mozárabe siempre pensamos, de inmediato en monjes que aprendieron lo que aprendieron en la Córdoba emiral y califal y que cuando les soplaron malos vientos por tierras del sur emigraron a las ásperas tierras norteñas llevándose sus conocimientos como equipaje.

Todo ello es cierto … casi. Fijémonos que en cuanto pensamos en mozárabe siempre se nos viene la imagen de delicados arcos de herradura copiados de la arquitectura andalusí. Pero olvidamos que, a su vez, en Al Ándalus se tomó el arco de herradura del más antiguo arco visigodo. O que los símbolos solares que encontramos en los altares de las capillas norteñas, también los hallamos en los restos de la Iglesia de San Vicente, origen y solar de la Mezquita de Córdoba.  Por eso pienso que la arquitectura mozárabe de aquellos monjes del siglo X  es de ida y vuelta.

Estas chalaúras (como en mi Cádiz llaman a las reflexiones vacuas, tontas y sin sentido) se me venían a la mente cuando el otro día pasé ante la Iglesia de Santa María de Lebeña sita  en el municipio de Cellorigo de Liébana, en Cantabria, muy cerquita del monasterio de Santo Toribio que es el que se lleva la fama; bueno, la fama y durante siglos los diezmos, primicias y demás beneficios debidos por los mortales a la Madre Iglesia. Es curioso.  Santa María fue mandada construir por una tal conde Alfonso y su esposa (s. X) para trasladar a ella los restos de Santo Toribio enterrados en el monasterio. Cuando, terminada la iglesia, se intentó cambiar al santo de lugar, ambos condes quedaron ciegos y ciegos siguieron hasta que desistieron de su empeño. Se trata de un indudable milagro del santo encabezonado en que sus huesos no se moviesen de su lugar de reposo. Cabezonería que, no tengo duda ninguna, nada tuvo que ver con los monjes que si perdían al santo, perdían sus prebendas y los donativos de los peregrinos que iban a orar ante los tercos y santos despojos. ¡Qué cosas!


Otra cosa me llama la atención de Santa María de Lebeña. Se tiene por parte de los lugareños una devoción quasi sacra a dos árboles centenarios que allí se encuentran. Estamos en tierras que de celtas fueron y no es extraño el hecho de que queden restos de religiones precristianas de sospechosos matices druídicos. Lo que es curioso es que un árbol es un olivo, planta meridional donde las haya y el otro un tejo, propio de bosques oscuros y septentrionales. Me gusta como símbolo; me gusta mucho esa devoción por dos árboles que representan dos geografías muy distintas plantados hace mil años junto a una pequeña iglesia en la que se mezclan íntimamente lo germano-visigodo, lo andalusí y lo cristiano. Un sincretismo que ejemplifica lo que fue durante siglos ese solar hispano donde fronteras físicas, políticas, culturales o religiosas no estuvieron definidas o incluso podemos dudar de que llegasen a existir. Bien distinto de algunos nacionalismos estrechos y de campanario de hoy que se empeñan en marcar diferencias insalvables donde nunca las ha habido.

Fotos: Santa María de Lebeña, realizadas por el autor.




Fotos: Santa María de Lebeña, realizadas por el autor.

2 comentarios:

Samu dijo...

Que sorpresa!
He estado alli este verano.
Es una joya pequeñita y la leyenda de esos arboles preciosa.

Claudia Baelo dijo...

Hola. No,noo son chalaúras y menos si vienen de Cái, es más tiene mucho sentido esos "cantes" de ida y vuelta
;^)
Otra joya.Saludos!