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15 de septiembre de 2011

SOBRE EDUCACIÓN, INPETOS, POLÍTICOS Y OTRAS DESGRACIAS

No hay casi nada nuevo bajo el sol en lo que se refiere a los desastres que pueden llegar a provocar los políticos en la Enseñanza y el sistema educativo. En un país en el que todos sabemos todo de todas las disciplinas del saber y podemos discutirlo a voz en grito en cualquier bar, la educación y le medicina son algunas de las ramas de la actividad social que más sufren los embates de tanta sabiondez. Lo malo es cuando se traspasan estos conocimientos, adquiridos por ciencia infusa, del público tabernario, el ágora de amigotes o la tribuna familiar, a un puesto en el que el energúmeno de turno tenga mando en plaza para poner en marcha sus magnos despropósitos.  Ciñéndonos a la educación éstos pueden ser desde planes generales utópicos a los que no se dota de fondos suficientes, hasta mandar a la santa calle a miles de profesores porque son caros (?) y la enseñanza, al parecer, un gasto superfluo del que se puede prescindir. (Otro día hablamos sobre el tema).

Repito, nada nuevo bajo el sol. A muy pocos les sonará ya el nombre de un tal Julio Rodríguez, Ministro de Educación. Tan olvidado está que, para tomar algunos datos concretos, he tenido que dar de lado el cómodo camino de Internet, donde no había ni rastro del señor, e irme a la infalible Espasa Calpe, que jamás nos deja tirados aunque haya que saberse el abecedario para encontrar las entradas.

Este individuo, que nació en Armilla (Granada), se licenció en Ciencias por  esta Universidad andaluza; posteriormente en Farmacia por la de Madrid. En principio, su expediente nos indicas que no fue un “piernas” de tántos: decano de Ciencias en Navarra, Rector de la Autónoma de Madrid y profesor honorario de otras varias. Lo malo vino cuando el Almirante Carrero Blanco, consiguió de Franco que le pusiese en sus manos la Presidencia de Gobierno. Recordemos que el Generalísimo siempre fue Jefe del Estado, Presidente del Gobierno, Capitán general de los Ejércitos -de todos- y también fue la hostia, puesto que entraba en las catedrales bajo el palio reservado al Santísimo.  Pero me desvío del tema; decía que, dada la decadencia biológica de la Espada más Clara de Occidente (otro título de su Excelencia), Carrero consiguió hacerse con la Presidencia y, en su primer y único gobierno, nombró al tal Julio Rodríguez Ministro de Educación y Ciencia (junio de 1.973).  

Ahí empezó Cristo a padecer. A la ilustre lumbrera se le ocurrió un plan magnífico para ahorrar problemas, estrecheces y créditos monetarios a la Universidad: unificar el calendario universitario con el de los Presupuestos del Estado. Me explico: los presupuestos estatales van de 1 de enero a 1 de enero y el calendario escolar de septiembre a septiembre, con lo que en los tres meses de otoño la administración universitaria andaba canina y los dineros estatales ya estaban gastados. Si los hacemos coincidir, pensó el Sr. Rodríguez de forma clarividente,  se acabó el problema. Lo malo es que el tal Julio no tenía vara en Economía y Hacienda sino sólo en Educación. Así pues, si no se pueden cambiar los periodos presupuestarios y fiscales, sí que puede, para eso es el ministro, cambiar el calendario escolar. Conclusión: a partir del 1973-74 el curso sería de Enero a Enero con las vacaciones partiéndolo por la mitad, hacia mayo más o menos.

Como os podéis imaginar, la caraja que se montó fue monumental, sumándose a la que ya existía por motivos políticos. Como la primera postura de cualquier político, franquista o no, es sostenella y no enmendalla jamás, don Julio optó por el cierre de las levantiscas universidades. Así que en octubre del 73, los alumnos que entraban en primero no empezaron porque lo tenían que hacer en enero. Y los demás tampoco porque nos habían cerrado los recintos universitarios por orden gubernativa.

La solución final fue absolutamente inesperada, que los caminos del Señor son inescrutables. El 20 de diciembre de ese mismo año el Almirante Carrero asciende a los cielos, con coche y todo, por obra y muy escasa gracia de 100 kilos de goma dos. Le sucede como Presidente don Carlos Arias Navarro. Se dice que cuando comentó la lista de ministrables con el Caudillo de las Españas y Más Allá, puso sobre el tapete la cuestión de Julio Rodríguez y que Franco, con su mirada helada y voz de flauta, le dijo más o menos: “A ese imbécil me lo quitas de en medio y que las cosas vuelvan a donde estaban”. Seis meses había durado su cargo ministerial por lo que se fue a la dorada jubilación con el sobrenombre de Julito el Breve. Pero el curso de miles de chavales estaba medio perdido.

Toda esta historia es una de tantas que podía haber contado sobre ineptos, imbéciles y buenos para nada que amasan nuestro sistema educativo. Por ello se me ocurriría insinúar a sus poco receptivas molleras: ¿porqué no dejáis la Enseñanza al buen saber y entender de sus profesionales y apartáis vuestras sucias manos de ella?

1 comentario:

Daniel García-Parra dijo...

Espero ¡por Dios! no haber dado ideas a nadie con este artículo.