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16 de noviembre de 2010

¡POBRE POMPEYA!

Leíamos el otro día en la prensa que se hundió un edificio en Pompeya, concretamente la casa que fue el edificio de Los Gladiadores. Escándalo nacional y europeo (mundial no porque los yanquis no tienen ni idea ni de que exista Pompeya). No es la primera vez que ocurre en los últimos meses; anteriormente había sido una excavadora la que dio con otra casa en el suelo en la misma ciudad romana. 

Sinceramente, una cosa es que duela y otra que me extrañe.

Ya desde su descubrimiento, las ruinas pompeyanas han sido pasto de todo salvaje que por allí ha pasado. El primero de todos nuestro rey Carlos III, por aquél entonces rey de Nápoles, que encargó comenzar las excavaciones pero sólo con objeto de  buscar  tesoros artísticos para sus palacios: es decir, en plan saqueo, expolio o como queramos llamarlo. Y así hasta hoy, metiendo mano en el pastel, reyes, fascistas, nazis alemanes, tropas americanas, la camorra y la brutal incompetencia de algunos gobiernos italianos actuales.

Hace unos años, pocos, tuve el placer de poder visitar las ruinas. Con la cabeza llena de sueños infantiles imbuídos por el libro “Los últimos días de Pompeya” y su peplum correspondiente, por los estudios juveniles sobre Plinio  (el joven y el viejo), historias sobre los graffiti y otras lecturas que no vienen al caso, me planté allí con mi cámara dispuesto a disfrutar del tremor histórico del lugar. Pues ni graffitis, ni tremores, ni chicas estupendas corriendo para darme la oportunidad de salvarles del volcán; allí no vi más que unas maravillosas ruinas maltratadas, mal conservadas y explotadas  ad nauseam por y para el turismo. Mi asombro indignado llegó al límite cuando vi que cantidades ingentes de piezas sacadas a la luz en las excavaciones se encuentran amontonadas en cajas de frutas bajo tejavanas de uralita. Pongo a la foto que adjunto por testigo de que no exagero. 

Todavía queda por excavar buena parte de la ciudad y digo yo: ¿no sería mejor dejarla tal y como está para futuras generaciones que sean más cultas, más respetuosas y más responsables con el legado histórico que las actuales? Ahí dejo una idea, nada original por otra parte puesto que en España ya se está haciendo.

Pero lo que no hay que negar a los napolitanos es imaginación. A la puerta de la entrada de las ruinas había un montón de tenderetes de recuerdos horteras para turistas. Tengo que reconocer mi debilidad por llevarme alguna chorrada de los sitios que visito y en esta ocasión me encapriché de la  reproducción de una pequeña lucerna de aceite romana. La última que quedaba en el puesto. Ajusto el precio con el vendedor (5 euros) y cuando me la entrega observo que tiene el asa dañada:

-       -    Mire usted ¿no le queda otra?. Esta está rota.

-       - ¿Pues no va a estar rota –me contesta impertérrito-  después de una erupción y tantos siglos enterrada?-

¡Ahí, con dos güevos!

Más fotos:  http://picasaweb.google.com/116398196104413080532/Pompeya#

1 comentario:

Antonio dijo...

Las cosas, antes de hacerlas mal mejor no hacerlas.