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19 de febrero de 2013

CUANDO A FRANCO LE TOCARON "TENGO UNA VACA LECHERA"



En el periódico digital Público.es del 16 de octubre de 2012, el escritor y periodista Félix Población nos cuenta una jugosísima anécdota ocurrida en un pueblecito de Valladolid llamado Castronuño situado al pie de un pantano, horadado por antiguas bodegas en las que se elabora un magnífico vino y que está bendecido desde lo alto de un cerro por una preciosa ermita románica de la que ya hablé en otra ocasión. Es una pequeña historia de cachondeo cazurro y resistencia solapada frente al franquismo que creo merece la pena que se la traslade a ustedes acompañada de algunas fotografías del precioso paisaje escenario de los hechos.
El pueblo vallisoletano de Castronuño debe su nombre a Nuño Pérez,  el alférez de Alfonso VI que lo reedificó. Se trata de una localidad vallisoletana situada en la vega del Duero, que figura entre las catorce de la provincia donde la derecha jamás ganó unas elecciones. En Castronuño, como consecuencia de la represión franquista, más de una veintena de vecinos fueron fusilados durante la Guerra Civil.

Allí, en los inicios de la década de los cuarenta, el régimen del dictador se propuso la construcción de los canales de Toro y San José, así como la presa de la central hidroeléctrica que lleva este último nombre. Las obras empezaron en 1941, costaron algo más de diez millones de pesetas y concluyeron cuatro años después, siguiendo el acelerado proceso de inauguración de presas y pantanos que de modo tan asiduo conformaba la primera página del Nodo.
Es muy probable, sin embargo, que en el caso de la presa de Castronuño la información ofrecida a través del noticiero oficial del régimen -de obligada exhibición en todas las salas de cine del país-, no se mostrara íntegramente a los espectadores. Porque en Castronuño, el 3 de octubre de 1946, fecha en que el extinto caudillo acudió a la inauguración oficial, ocurrió algo que ni el propio Luis Berlanga habría imaginado para sus películas.

El jefe del Estado había pernoctado la noche anterior en el campamento militar de Monterreina (Zamora). Todo estaba preparado para que el pueblo lo recibiera a la mañana siguiente, salvo algo tan fundamental en un evento de esas características como la música. Se aproximaba la hora de la inauguración y nada se sabía de la banda que debía intervenir en el acto, hasta que el alcalde y maestro de la localidad, Santos Pérez Curto, recibió la noticia de que el vehículo en el que viajaban los músicos había sufrido un accidente.
No había más solución que improvisar sobre la marcha, por lo que a don Santos se le ocurrió la idea de recurrir a los pocos vecinos que tocaban mejor o peor algún instrumento. La Guardia Civil se encargó de su búsqueda inmediata, dando así con Lorenzo, a quien llamaban propiamente El Músico, que haría de director. Le acompañarían su esposa, la señora Pepa, con Pepe El Gato y dos más, Fabriciano y Victoriano, de modo que se juntaron un total de dos trompetas, un trombón, un tambor y un bombo. En la banda no pudo intervenir Demetrio Madroño, El Jeringa, que como su hermana había sido encarcelado por el dictador, después de que sus padres fueran fusilados durante la guerra.

No hubo ocasión siquiera para un mínimo ensayo previo. Los músicos se situaron en el lugar de honor donde las autoridades esperaban al Generalísimo, presididas por el gobernador civil de la provincia, junto a una remesa de falangistas desplazados expresamente al lugar. “La presa disponía entonces de un puente peatonal (ahora adaptado para el paso de vehículos). Para acceder a él -cuenta María Torres, que ha dado a conocer este peculiarísimo episodio de nuestra posguerra- había a cada uno de los lados una escalera. Sobre una de esas escaleras se encontraban dos niñas, Luisa Hernández y su amiga Araceli López, deseosas de presenciar el espectáculo. Al aproximarse Franco, fueron echadas de allí por varios falangistas”.

Imagínense que una vez pronunciado el discurso de hidráulica costumbre por parte del dictador, con los consiguientes vítores y aplausos por parte de las fuerzas vivas, la pequeña banda deja sonar las archiconocidas notas de Tengouna vaca lechera. La versión de tal hecho se la escuchó Torres a la propia Luisa Hernández, con la colaboración en el rastreo de esa singular memoria de Gabino Alonso y Félix Maestre Gutiérrez, primer alcalde de Castronuño durante la democracia.
Pienso, como María, que la elección de la pieza no pudo ser casual o fortuita. Tampoco creo que los intérpretes no supieran tocar otra, aunque fuera un pasodoble. Se podría hasta creer, como cuenta Almudena Grandes en su última novela El lector de Julio Verne, que los improvisados músicos de Castronuño recurrieron a La vaca lechera con la misma intención de canto subversivo con que la entonaban los guerrilleros antifranquistas en las sierras de Jaén durante esos mismos años.”


Texto: Félix Población.
Fotos: Daniel García-Parra

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