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9 de abril de 2013

GRANDEZA Y LIMITACIONES DE LA ARQUEOLOGÍA


Han pasado 5.000 años desde el día en que vivimos. En tan largo periodo de tiempo, la Tierra ha pasado por cambios climáticos que han hecho que cambien las costas, los cursos de muchos ríos en cuyas orillas se habían desarrollado importantes asentamientos humanos; antiguos grandes territorios de cultivo son ahora desiertos y enormes superficies heladas son hoy bosques y centros de producción agrícola. Los cinturones selváticos ecuatoriales ya no existen ni en el recuerdo y, en definitiva, el planeta se parece poco a como fue hace milenios.

Las sociedades humanas también han cambiado. Hace falta ser un Asimov o un Arthur C. Clarke para imaginarlas y, tristemente, no lo soy. Han desaparecido antiguas tecnologías y han surgido otras nuevas actualmente impensables. Vamos a suponer que brutales guerras no han hecho desaparecer a nuestra especie -mucho suponer es eso- pero sí han provocado cambios radicales en nuestra concepción del mundo, en las relaciones sociales y en las estructuras intelectuales y de poder. La humanidad ha pasado por una readaptación a su entorno físico y social.

Restos de los motores del Apolo XI
Así, un día, alguien encuentra en el fondo del mar la extraña estructura metálica que nos muestra la foto.  Como esto es ciencia ficción, permítanme suponer que aunque los restos son metálicos, no han sido destruidos por la corrosión, sino que nuestro científico (que lo es) protagonista, los halla tal cual. Como es lógico, en cinco mil años se ha perdido la memoria de lo que fue el motor de explosión, los combustibles fósiles y de otros tipos que hoy utilizamos y las formas de propulsión que en definitiva se basan en explosiones de gases más o menos controladas.

¿Se imaginan la sorpresa ante el descubrimiento? ¿Qué puñetas puede ser esa chatarra? Son los restos… ¿de qué? Y que servían… ¿para qué? ¿Quién los construyó en su momento? ¿Qué tipo de sociedad hizo el esfuerzo de fabricarlo, fuese lo que fuese, para acabar enterrado en el fondo del mar?

Como ven, estas son las preguntas fundamentales de la Arqueología ante cualquier descubrimiento, cuanto más extraño, más sorprendente. Su grandeza como ciencia es el trabajo de ir dando respuestas partiendo de restos escasos, pobres y, en la mayoría de los casos en un estado de conservación que no tiene nada que ver con el original. Su miseria es que el tiempo transcurrido sólo nos permite elaborar teorías, siempre en estado de revisión, para acercarnos a la realidad de las civilizaciones a las que pertenecen esos restos.

Despegue del Apolo XI
Qué difícil sería que nuestro científico-arqueólogo de ese imaginario futuro que nos hemos planteado llegase a imaginar la solución correcta. Los restos que ha encontrado pertenecieron a la primera nave espacial con que el hombre llegó a la Luna. Son los motores del cohete Saturno que puso al Apolo XI  en órbita antes del gran salto espacial. Sería casi imposible que nuestro protagonista llegase a imaginar la escena de ese gigantesco aparato despegando majestuosamente hacia ¿el infinito y más allá…?

Pues esa es la tarea que realizan nuestros arqueólogos, paleoantropólogos y los historiadores que se dedican a desentrañar nuestro más antiguo pasado. Tarea aparentemente imposible  pero que ha obtenido éxitos espectaculares a pesar de no contar más que poco más de cien años de antigüedad como ciencia. Y todo ello batallando no sólo contra las inmensas dificultades de la escasez de conocimientos y restos materiales, sino contra supersticiones, ideas preconcebidas, religiones retrógradas y caraduras que aprovechan las zonas oscuras del saber científico para inventarse extraterrestres construyendo pirámides o Atlántidas de seres superiores que nos enseñaron lo que sabemos a los brutos de los humanos de a pie.

Vaya mi admiración por ellos y mi respeto por su trabajo.

Fotos obtenidas de Internet.

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