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17 de mayo de 2011

UNA FORTALEZA EN RUINAS


Corren malos vientos para la idea de una Europa unida. Cuando se firmó el Tratado de Lisboa (2.009)  pareció que se había superado  el grave escollo de no conseguir que se aprobara una Constitución común y que de nuevo navegábamos a todo trapo no sólo hacia la unidad económica sino también hacia la política. Con la crisis que nos ha caído encima (caído no, tirado a dar por los Estados Unidos) están aflorando todos los miedos y egoísmos históricos: miedo al inmigrante y al refugiado, miedo del norte al atraso del sur, miedo a una política exterior común, egoísmo de los países ricos respecto a los que lo somos menos …
Así vemos resistencias graves a rescatar económicamente a Grecia, Portugal o Irlanda con el consiguiente peligro que esto supone para la pervivencia de la moneda única. O, aún peor, países queriendo bajar de nuevo las barreras de sus fronteras haciendo tambalearse una pieza angular del entramado europeo: el Tratado de Schengen que nos permite circular libremente por toda Europa para trabajar, hacer turismo o tocar la flauta travesera.

Todo esto se me rondaba por la cabeza ayer mientras daba un paseo por Aldea del Obispo. No … yo tampoco había oído hablar jamás de ese lugar. Es un pueblecillo que se encuentra en la mismísima raya de la frontera con Portugal en la provincia de Salamanca; tan en la raya está, que buscando el sitio que quería visitar me metí de jocicos, sin darme cuenta, en el país vecino. En un puentecillo sobre una charca de ranas había simplemente dos carteles: en uno ponía España y en el otro Portugal. También estaba la sombra de la Historia. Dominando el puente, en el lado español, se alza el perfil ominoso de una enorme construcción militar: la Fortaleza de la Concepción. Fue construída por Felipe V, el primer Borbón español. (el rarito ese que no se cortaba las uñas de los pies del que hablamos en  el artículo “El prestigio de la Monarquía” de este mismo blog). Me llamó la atención que sobre la gran portada de entrada podemos ver el escudo de los Borbones franceses, con sus flores de lis y toda la parafernalia. Su objeto, lógicamente era atemorizar, disuadir o acochinar a cualquier gobernante o generalote vecino que se plantease saltar el charco de ranas.

Hoy su enorme mole se encuentra en ruinas. Mejor dicho, en obras porque se quiere hacer de la fortaleza una posada, hotel o algo así. Eso fue lo que me hizo cavilar. El mejor fin de toda construcción militar es que deje de serlo. La desaparición de fronteras derriba castillos y murallas, las de piedra, las mentales y las ideológicas. Los paredones, sean en forma de granítico sillar o de misil teledirigido, sólo sirven para dejar fuera al otro; para infundirle miedo, mostrando el nuestro propio de paso. Si queremos recuperar sus ruinas, pues vale, de acuerdo; pero que sea para hacer un parador o un espacio polivalente municipal donde elegir a la reina de las fiestas. Así salvamos su valor histórico, que no artístico. Para mí tienen el valor artístico de un tanque oxidado.

Por eso, porque sueño que las fortalezas sean restaurantes y las bases militares parques infantiles, es por lo que creo que debemos seguir trabajando por una Europa unida aun con todos sus inconvenientes y dificultades; sin fronteras, solidaria y alejada de la prepotencia imperialista de la que hacen gala otras naciones que no es necesario nombrar.


Fotos: Fortaleza de la Concepción. Aldea del Obispo (Salamanca)

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