Hablar o escribir sobre Salamanca es difícil y fotografiarla, más todavía. Hay demasiado Arte y demasiada Historia concentrada en unas cuantas calles como para que sea sencillo dar una imagen ni siquiera aproximada de todo ello.
En el cerro que pende sobre el río Tormes existe poblamiento humano dese el Paleoítico. No así en el Neolítico, seguramente por causas climáticas, pero cuando entramos en la Edad de los Metales encontramos una auténtica ciudad celtíbera posteriormente ansiada y conquistada por cartagineses y romanos por su situación estratégica en el camino hacia las minas del norte.
Cuando Hispania se convierte en Al-Andalus (no entremos en el apasionante tema de si por conquista o por revolución interna del Mediterráneo occidental), toda la cuenca del Duero quedará deshabitada hasta que, en un proceso de siglos, los cristianos del norte consigan repoblarla. Será con la fundación de su Universidad cuando Salamanca viva sus días de gloria. A su sombra vendrán las principales cabezas pensantes de nuestro Renacimiento y Barroco ( y las menos pensantes como Cortés y otros) creando un foco cultural de importancia europea al nivel de París o Bolonia. Con la contemporaneidad la ciudad entrará en una larga decadencia. Hay un interesante relato de Pedro Antonio de Alarcón que se acercó por estos lares con motivo de la inauguración del ferrocarril Madrid-Salamanca, que nos pinta una ciudad envejecida, triste y sin aliento vital. Ya metidos en el siglo XX, tras una brillante recuperación de su Universidad, gracias entre otros a don Miguel de Unamuno, será la base de operaciones de Franco durante la criminal Guerra Civil. Aquí se alojó el dictador en el palacio arzobispal, aquí formó su primer gobierno y firmó sus primeras penas de muerte. (Según su primo, el general Franco Salgado-Araujo, lo hacía mientras desayunaba).
Cuando Hispania se convierte en Al-Andalus (no entremos en el apasionante tema de si por conquista o por revolución interna del Mediterráneo occidental), toda la cuenca del Duero quedará deshabitada hasta que, en un proceso de siglos, los cristianos del norte consigan repoblarla. Será con la fundación de su Universidad cuando Salamanca viva sus días de gloria. A su sombra vendrán las principales cabezas pensantes de nuestro Renacimiento y Barroco ( y las menos pensantes como Cortés y otros) creando un foco cultural de importancia europea al nivel de París o Bolonia. Con la contemporaneidad la ciudad entrará en una larga decadencia. Hay un interesante relato de Pedro Antonio de Alarcón que se acercó por estos lares con motivo de la inauguración del ferrocarril Madrid-Salamanca, que nos pinta una ciudad envejecida, triste y sin aliento vital. Ya metidos en el siglo XX, tras una brillante recuperación de su Universidad, gracias entre otros a don Miguel de Unamuno, será la base de operaciones de Franco durante la criminal Guerra Civil. Aquí se alojó el dictador en el palacio arzobispal, aquí formó su primer gobierno y firmó sus primeras penas de muerte. (Según su primo, el general Franco Salgado-Araujo, lo hacía mientras desayunaba).
Hoy día es una ciudad que se recupera con dificultades. Si el ferrocarril le llegó a finales del siglo XIX, las autovías son de hace nada y menos y el tren de alta velocidad ni se divisa en la lontananza. Así que descartado de momento ser un centro industrial, explota con éxito el turismo cultural, la Universidad, las becas Erasmus y la Política Común Agraria.
Pero su historia y su luminosidad cultural ahí están, hechas piedra dorada de Villamayor moldeada en conventos, palacios, universidad y facultades, Colegios mayores, calles y Catedrales. En plural porque tiene dos: la románica y la gótico-renacentista.
Algo de todo esto he intentado reflejar en las fotografías que he publicado en Picassa, a las que se puede acceder desde la sección “Mis Fotos” o el enlace que adjunto. Pobre reflejo es, pero me queda tiempo para mejorarlo mientras pueda seguir disfrutando de esta increíble ciudad.
Foto: sillería del coro de San Esteban. Salamanca
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