Artículo
escrito por Jacinto
Antón
en El
País
del 7 de Mayo de 2013.
Gladiadores, esos grandes deportistas
'Pollice verso', óleo del pintor del XIX Jean-Leon Gérôme, que toma su nombre del supuesto gesto para decretar la muerte del perdedor. / PHOENIX ART MUSEUM. - El País.Es |
“My
name is Gladiator…”, y soy un gran deportista. Esto es lo que
podría decir Maximus Decimus Meridius, protagonista de la famosa
película de Ridley Scott, a tenor del estudio sobre los gladiadores
de la Antigua Roma llevado a cabo por el historiador granadino
Alfonso Mañas (1976) y compilado en un libro completísimo y lleno
de sugerencias que acaba de aparecer (Gladiadores,
el gran espectáculo de Roma, Ariel,
2013). Mañas, que une a su gran conocimiento del asunto una
destacable pasión y un afán empírico que le ha llevado a probar la
indumentaria y las armas de un reciario para dilucidar exactamente
cómo combatían esta clase de gladiadores (los que luchaban con red
y tridente, como el Draba del Espartaco de
Stanley Kubrick, ¿recuerdan?), subraya el componente deportivo de la
gladiatura y le quita sangre al espectáculo del anfiteatro.
Dice
que en el caso de las popularísimas grandes estrellas (como sería
el personaje interpretado por Russell Crowe), que cobraban un caché
astronómico, muy excepcionalmente se les mataba en la arena, aunque
perdieran. “Sería tan absurdo como matar a Messi por perder un
partido”, afirma. “O a Tyson por caer en el cuadrilátero”. En
contra de lo que hemos visto en la pantalla y leído en numerosas
novelas, según el historiador, los combates de gladiadores no eran
una salvaje y gratuita efusión de sangre y crueldad, sino un
espectáculo cuidadísimo en sus más mínimos detalles y muy
reglamentado, que hasta disponía de árbitros, verificación técnica
de armas y calentamiento. La mayor equivocación es creer que valía
todo y que siempre se acababa con la muerte de uno de los
contendientes. Sorprendentemente, el investigador afirma: “La
mayoría de las ocasiones (dependiendo del período de la historia de
Roma que estudiemos) ambos luchadores salían de la arena con vida”.
Lo
que describe Mañas, apoyándose con gran rigor en las fuentes
clásicas, se parece más a un deporte de lucha (incluso al Pressing
Catch, con su teatro) que a las masacres y aspersiones de hemoglobina
deGladiator o
la serie Spartacus. Un
deporte de riesgo, sin duda. “Pero no una orgía homicida de
muertes sin sentido ni una carnicería sin más”. Para los romanos,
dice, el combate de gladiadores, estaba en la misma categoría que el
pugilismo, la lucha (en esa época, ciertamente, más duros que
ahora) o el pancracio, y todos los que los practicaban
eranathletae, deportistas.
El
estudioso, que gusta de sabrosos símiles como decir que el Coliseo
era “la Champions League del deporte gladiatorio”, le echa además
de conocimiento mucho sentido común a su análisis. “Al ritmo que
muestran las películas en poco tiempo no quedarían gladiadores
suficientes para llenar los 385 anfiteatros que conocemos en el mundo
romano, por no hablar de que difícilmente nadie escogería esa
profesión, y sabemos que aparte de prisioneros de guerra, esclavos y
condenados existía una gran cantidad de gladiadores profesionales
voluntarios”. Gente que cobraba unos sueldazos (hasta el
equivalente de 200.000 euros por un solo combate) que no se volvieron
a pagar hasta la aparición del deporte profesional de élite en el
siglo XX.
Los
inicios eran difíciles, por supuesto, los gladiadores novatos o de
baja categoría tenían cláusulas de rescisión (definitiva), por
así decirlo, baratas, y la propensión era a que sufrieran más
muertes o los enfrentaran en combates sine
missione, en
los que el vencido siempre era ejecutado por el vencedor e incluso al
vencedor se le enfrentaba a otro y a otro gladiador hasta que caía
(la reforma de Augusto eliminó este tipo de luchas). “A medida que
un gladiador ganaba combates se hacía más valioso y ningún lanista
ni editor sensato de ludus (juegos)
se arriesgaría a dejarlo morir sin pensárselo mucho”: había que
pagarle su cuantiosa ficha en ese traspaso (!). Julio César, que
miraba el bolsillo, evitaba siempre el veredicto
de jugula (degollado)
para el vencido.
La
muerte ocurría y era parte de la gladiatura —los conceptos de
piedad, compasión y humanitarismo eran en el violento mundo romano
muy diferentes de los nuestros, más laxos—, pero en ningún caso
se dispensaba arbitrariamente. Aunque Mañas reconoce que no se puede
generalizar y la gladiatura era tan variada en el mundo romano como
hoy los toros: “Es muy diferente un festejo en Las Ventas que una
corrida en una plaza portátil en un pueblo”.
Parte
de la confusión se debe, apunta Mañas, a que hemos metido en el
mismo saco diversos fenómenos romanos: no eran lo mismo, por
ejemplo, los combates de gladiadores que las luchas de los damnati
ad gladium, los
condenados a morir por la espada, o ad
bestias,enfrentados
a fieras, simplemente modalidades de ejecución. Mañas cree que los
combates de gladiadores, que siguieron siendo populares cuando el
imperio se hizo cristiano, no acabaron por humanidad, “sino porque
eran muy caros”.
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