DE MILITARES EN LA GUERRA CIVIL A MAESTROS DEL "ESPÍRITU NACIONAL"
El
18 de julio de 1936 la enseñanza española estaba de vacaciones.
Juan Larreta, director de 'Las escuelas graduadas de Treviana' (La
Rioja) se encontraba un día después del levantamiento militar en la
escuela junto a su hijo mayor.
Pocos maestros podrían imaginar que nunca más regresarían a sus puestos de trabajo y que se convertirían en uno de los gremios más perseguidos por la represión franquista. Juan sí que se lo imaginó. Por eso, cuando recibió el bando de Mola de la mano de unos requetés le dio un beso a su hijo, le dijo que cuidara de sus hermanos y emprendió su breve y fatídica huida. Apenas unos días después, el 26 de julio de 1936, Juan Larreta fue fusilado tras ser 'paseado' por varias localidades donde era conocido.
Pocos maestros podrían imaginar que nunca más regresarían a sus puestos de trabajo y que se convertirían en uno de los gremios más perseguidos por la represión franquista. Juan sí que se lo imaginó. Por eso, cuando recibió el bando de Mola de la mano de unos requetés le dio un beso a su hijo, le dijo que cuidara de sus hermanos y emprendió su breve y fatídica huida. Apenas unos días después, el 26 de julio de 1936, Juan Larreta fue fusilado tras ser 'paseado' por varias localidades donde era conocido.
Los
maestros que no fueron fusilados como Larreta tras el 18 de julio
sufrieron las llamadas depuraciones. Hasta 60.000 maestros fueron
examinados ideológicamente durante la Guerra Civil y los primeros
años de dictadura franquista. Otros tantos, como el propio Larreta
sufrieron las dos suertes. Este maestro fue asesinado en 1936 y
apartado de la profesión tras un expediente
depurador en 1939.
“Mi
abuelo no tuvo ni la oportunidad de despedirse de sus hijos pequeños.
Decidió salir huyendo pero lo cogieron. Una vez asesinado le
retiraron la licencia para ejercer el magisterio. A sus hijos los
echaron de la casa familiar y los internaron en la beneficencia. En
el documento de ingreso indica que ingresaban
por “pobres” y
no porque su padre había sido asesinado durante la guerra”,
explica a PúblicoAsun
Larreta, nieta de Juan.
Los
maestros de escuela fueron uno de los cuerpos profesionales más
perseguidos durante la represión franquista. Un decreto de 8 de
noviembre de 1936, firmado por Franco, apunta que es “necesario”
una “revisión
total y profunda en
el personal de Instrucción Pública (…) extirpando así de raíz
esas falsas doctrinas que con sus apóstoles han sido los principales
factores de la trágica situación a la que fue llevada nuestra
patria”.
El
profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Francisco Morente
Valero y autor de la obraLa
Depuración del Magisterio Nacional explica
a Público cómo
se hizo esa “revisión total y profunda” de los profesores: “En
primer lugar, matando
a muchos de ellos.
No hay datos exactos del número de maestros y profesores asesinados
durante la guerra, pero fueron sin duda algunos centenares de
maestros y varias docenas de profesores de enseñanza media y
universidad”.
“Además,
se organizó una depuración político-profesional de todos los
cuerpos docentes. Todos los profesores y maestros fueron sometidos a
un expediente de depuración como paso previo para confirmar o no sus
derechos profesionales. Quienes no superaron el expediente con total
limpieza fueron sancionados de formas diversas y en los casos más
extremos fueron separados definitivamente de la enseñanza”,
explica Morente Valero.
Expediente |
Este
es el caso de Pilar Ponzán Vidal, maestra de una escuela de Jaca
(Huesca) cuyo expediente de depuración sentenció la “separación
definitiva e
inhabilitación para cargos dirigentes y de confianza”. “Los
expedientes estaban integrados por los cuestionarios rellenos por el
alcalde de la localidad, el cura párroco, el jefe de puesto de la
Guardia Civil y un ciudadano de 'entidad relevante'. Con todo este
material, la Comisión emitía su dictamen”, explica a Públicoel
historiador Herminio Lafoz. En el caso de Pilar fue separada
definitivamente. No obstante, no fue lo más trágico. Pilar también
fue sometida a un Consejo de guerra en el que se pidió la pena de
muerte por “votar izquierdas”,“leer
prensa de izquierdas” e
ir “poco a la Iglesia”, entre otros cargos.
El
motivo de esta persecución, explica Morente Valero era garantizar
que en las escuelas de la nueva España no hubiera maestros que
enseñasen nada contrario a los fundamentos del nuevo régimen. “Pero
la depuración garantizaba además otras cosas: creó vacantes para
poder colocar a personal adicto y tenía una función
intimidatoria;
incluso aquellos que habían pasado por la depuración sin problemas
sabían a lo que se exponían si se alejaban de lo que el régimen
esperaba de ellos”, analiza Morente.
Colocar
a personal adicto al régimen
La
colocación de personal en las escuelas, institutos y universidades
se hizo de diversa manera. Mediante un decreto de 6 de julio de 1940
Franco nombró a cerca de 2.000 oficiales del ejército franquista,
la mayoría alféreces provisionales, “maestros
propietarios” de
escuela. “El objetivo era doble: dar trabajo a gente que había que
desmovilizar una vez acabada la guerra, y garantizar que esos
maestros iban a ser franquistas de una pieza”, explica Morente.
B.O.E. en el que se adjudican plazas de maestros a militares franquistas. |
El
número de oficiales reciclados, sin embargo, no fue suficiente para
llenar las vacantes de los profesores expulsados por lo que al año
siguiente, en 1941, hubo una nueva convocatoria. A esta fórmula de
'conversión' hay que añadir otra: las llamadas “oposiciones
patrióticas” a
las que sólo podían presentarse excombatientes, excautivos,
mutilados de guerra -y sus respectivos familiares-.
A
las características personales de los nuevos se añade el curso
obligatorio de “orientación y perfeccionamiento” para los
maestros en ejercicio con la finalidad de inculcar los “nuevos
valores” de la España franquista con lecciones como "Falsedad
de los principios básicos de la "Nueva Educación"; "Cómo
despertar el Catolicismo en la Escuela";
"Héroes y figuras de nuestra Cruzada", "Jesucristo,
ejemplar perfecto del maestro cristiano".
El
cambio del paradigma educativo con la llegada de la dictadura
franquista fue radical. De las teorías de la Institución
Libre de Enseñanza fundada
por Francisco Giner de los Ríos, de las que había bebido la
educación republicana, se pasó a la escuela nacional-católica
caracterizada por el integrismo desde el punto de vista religioso, la
autoridad, la jerarquía y el patriotismo.
Antonio
Gil, miembro de la Memoria Histórica de San Fernando (Cádiz),
recuerda para Público sus
años de colegio en la educación franquista. “Todos los 'maestros'
que padecí hasta el 68 o el 69 no lo eran. Eran falangistas o
personal civil del antiguo cuerpo de “Maestranza” de la Armada
nombrados a dedo por los señores
de la guerra,
por los alcaldes-militares o los mandos falangistas”, explica Gil,
que asegura que recuerda, muy especialmente, a uno de ellos. A Don
Carmelo Maura Gutiérrez. “El más vil, el más cobarde y el
que más
secuelas nos dejó”,
apunta.
Antonio
acudió a la escuela fundada por Maura Gutiérrez en el mismo
domicilio del profesor. Sus dos primeras horas de clase estaban
basada en la lectura de “rosarios”
y “catecismo”,tiempo
en el que compartían aula con las chicas. A las 11 horas las niñas
se iban a otra habitación donde recibían clase de la hija de
Gutiérrez.
El
resto de la mañana, hasta las 14.00 h, los niños
estudiaban'Formación
para el espíritu del Movimiento Nacional'.
Había que esperar hasta la tarde para que recibieran alguna lección
de aritmética y gramática que se intercalaba con “la lectura de
los escritos de José María Peman” o “las hazañas del heroico
caudillo o la vida de José Antonio”. “Las dos horas para ir a
casa a comer, los castigados nos teníamos que quedar, de rodillas,
esperar a que un hermano o tu madre te trajese la comida en una
fiambrera y comer arrodillado con la comida apoyada en el asiento del
pupitre”, relata Antonio, que señala que lo que más recuerda es
“La Dolores”, una vara
de acebuche de metro y
medio de larga que Don Carmelo llevaba siempre entre las manos.
“Otra
cualidad del 'maestrito' era su odio enconado hacia los que el
llamaba 'los tullíos', niños que padecían algún tipo de
deficiencia física, bizcos, cojos. Teníamos un compañero del que
recuerdo su apellido, Carbonell, que tenía en una pierna las
secuelas de la poliomielitis, andaba con muletas y le costaba media
vida mantenerse de pie mientras se cantaba el Cara al sol. Un día,
como castigo, lo
colgó del perchero que había junto a la puerta y
allí le mantuvo durante media hora. Este incidente corrió como la
pólvora en los cuchicheos de la gente, pero nunca tuvo consecuencias
ni hubo denuncia alguna contra el maestro”, concluye Antonio Gil.
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