Magnífica
reflexión escrita por Luis García Montero en el diario
Público.es del 25 de Abril de 2013.
“El
mundo del libro está en crisis. Al calor del 23 de abril se dan
cifran, se discute sobre los horizontes que abre la tecnología, se
denuncian las repercusiones de las descargas ilegales y se ofrecen
datos sobre los problemas que soportan editores, autores y libreros.
También se publican listas de éxitos y se valora la festividad de
San Jordi como una competición de ventas. Es sintomático que casi
nunca se hable de los profesores de literatura.
La
crisis golpea la industria editorial como ocurre hoy con cualquier
industria. La incertidumbre económica y la política de recortes han
hundido el consumo. Las inversiones públicas encargadas de mantener
las bibliotecas y los centros de investigación disminuyeron tanto
que ni siquiera resulta posible mantener las suscripciones de las
revistas históricas. El panorama invita a la desolación. Las
dificultades económicas, además, están acelerando la confusión
entre la calidad literaria y los éxitos de ventas. Las obras
comerciales llegan a tratarse en la prensa y en el mundo editorial
con el respeto que antes se guardaba para el valor artístico e
intelectual. En una realidad tan agobiada, el libro que se vende es
un acontecimiento.
Pero
no creo que todos los problemas se deban a la coyuntura de la crisis
económica. Me parece que hay razones de más calado. La degradación
cultural española, las invitaciones a un entretenimiento zafio y a
un populismo capaz de enorgullecerse de su ignorancia, están dañando
un tejido lector ya de por sí débil. La lectura como ejercicio
cultural en las horas de ocio pide una relación especial con el
tiempo, con las ideas de éxito o fracaso, con la realización
personal y con el significado de la dignidad humana que empieza a
escasear en los paradigmas sociales.
Escribo
estas ideas tristes y enseguida tengo la sensación de estar
convirtiéndome en un viejo cascarrabias, en alguien incapaz de
entender un mundo joven. Tal vez se trate de un cambio de ciclo
cultural, de una evolución positiva hacia un horizonte ante el que
me siento desorientado. Es muy posible, pero en cualquier caso intuyo
que en ese cambio de ciclo el lugar del libro está lleno de heridas.
Y aclaro que mis palabras nada tienen que ver con la denuncia de la
juventud, porque la mayoría de las decisiones que nos conducen por
caminos que me inquietan las ha tomado gente mayor o muy mayor. El
motivo último de preguntarnos si está bien lo que hacemos es la
certeza de las dificultades laborales y humanas que sufre la juventud
por culpa nuestra.
Los
planes de estudio suponen la decisión más evidente sobre el futuro.
¿Qué lugar ocupa la literatura en los colegios y los institutos? Si
pensamos en la crisis del libro, no está de más recordar –en
medio de las celebraciones del 23 de abril y de las campañas
oficiales de animación a la lectura- la pérdida radical de espacio
que la literatura ha sufrido en ese horario escolar que luego
contagia cualquier minuto y se extiende por todos los rincones de la
vida. Ninguna campaña ocasional marcada por un día festivo en el
calendario puede compensar la situación precaria de la literatura en
los planes de estudio.
En
el discurso pronunciado con motivo de la ceremonia del Premio
Cervantes, José Manuel Caballero Bonald recordó al profesor del
colegio de los Marianistas de Jerez que le dio en cuarto o quinto
curso de bachillerato un florilegio con las aventuras más llamativas
del Quijote. No supuso para él – según dijo- una lección
prematura, sino una conmoción insospechada. Hablar aquí de
emociones es muy pertinente porque el mundo de la lectura, según
Caballero Bonald, implica la posibilidad de “reconocernos en los
otros”. Leer facilita el aprendizaje de la sensibilidad y la
imaginación moral que nos permite reconocer al otro (un protagonista
literario, por ejemplo) como persona. Nuestra vida interior más
decente surge al entender por dentro la humanidad de los demás, el
dolor de los demás, sus ilusiones. La imaginación moral es también
imprescindible a la hora de buscar alternativas.
Guardo
pocas certezas sobre el futuro. Una de ellas es que la debilidad de
la literatura en los planes de estudio simboliza los aspectos más
negativos del mundo que se nos prepara. La aspiración de formar
personas ha sido desplazada por el adiestramiento en una información
seca al servicio de los mercados y de la servidumbre. En medio de
esta inercia, los profesores de literatura son unos verdaderos
resistentes cuando procuran contagiar el amor por los libros y por la
imaginación. Su vocación les lleva a no dar la batalla por perdida.
A ellos les pertenece el 23 de abril tanto como a los escritores, los
editores, los bibliotecarios y los libreros.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario