No es la primera vez que el Magreb es objeto de las ansias de dominio por parte de las, a sí mismas denominadas, potencias occidentales; si hacemos una cuenta atrás en el tiempo podemos recordar de más moderno a más antiguo la ocupación de Marruecos por parte de España y Francia, con su correspondiente guerra sangrienta especialmente para los españoles, la ocupación de Argelia, Tunez y Libia por los franceses, el fallido intento del rey don Sebastián de Portugal de conquistar Marruecos y el también fallido de la conquista de Argel por Carlos V, la ocupación de Ceuta por los portugueses y posterior cesión a España, la conquista de todo el norte de África que protagonizó el emperador Justiniano de Bizancio y la invasión de los vándalos de Genserico (bárbaros germanos) que llegó a establecer un reino en esas latitudes.
Pero nada de esto es comparable con la titánica lucha que mantuvo Roma con Cartago por el dominio del Mediterráneo Occidental. Este hecho lo conocemos como las Guerras Púnicas. Fue uno de esos momentos en que la historia de Occidente podría haber cambiado y seguido por derroteros completamente distintos. ¿Cuáles? Ni santa idea, pero distintos.
Recordemos Cartago . Ciudad de origen fenicio cuyo poder era esencialmente económico por el dominio del comercio que tenía del occidente en el Mediterráneo e incluso en determinadas rutas, no muy bien conocidas por los historiadores, del Atlántico. Sus bases eran el norte de África -Cartago se encontraba al lado de la actual Túnez- y la isla de Sicilia y desde ahí ejercieron su monopolio comercial una vez frenados, a cara de perro, los griegos, que se tienen que contentar con su gran emporio de Marsella o alguno chiquitillo por el norte del levante español. En principio los cartagineses no eran conquistadores de territorios, sino un estilo a los USA actuales. Les interesaba el domino del comercio y no intervenían militarmente más que cuando éste se encontraba en peligro. Eso fue así hasta que chocaron de trompa (nunca mejor dicho dado a su afición a utilizar elefantes como caballería pesada) con los romanos.
Según la tradición éstos habían fundado su ciudad –“ab urbe condita”- en el s. VIII a. C. Eran bastante brutos, puritanos, militaristas y violentos, con un idioma que al mundo helenístico le sonaba áspero, pobre y muy cateto. Pero su legión, una modernización de la falange macedonia, resultaba invencible. Con ella ya en el s. III a. C. habían ocupado la península itálica desde el norte del Po hasta el estrecho de Mesina, conquistando incluso las ciudades griegas del sur, la Magna Grecia. De inmediato pusieron sus ojos sobre Sicilia, fertilísima isla, granero de trigo para occidente. Bien es cierto estaba bajo dominio o protección de los cartagineses pero en bastante tiempo monta una nación imperialista una guerra con cualquier motivo, incluso en nombre de la libertad y la democracia. (¿Vais captando por dónde voy?) En la primera Guerra Púnica los romanos se encontraron con el problema de que del mar no sabían nada. Ellos eran garrulos de interior y su enemigo era maestro de marinería. Sin problemas: les copiaron las naves, se inventaron un gancho -”corvus”- con el que amarrarlas al contrincante en la batalla sin dejarles maniobrar, unas planchas para saltar a la cubierta contraria y así planificar la lucha como si en tierra estuviesen. Conclusión, Cartago pierde sus islas empezando por Sicilia y se encuentra con una deuda de guerra del carajo (que es la cofa del palo mayor de un barco de vela donde se instala el vigía y no otra cosa. Ver diccionario).
Los platos rotos los pagamos nosotros, los iberos. Al general púnico Asdrúbal Barca se le ocurrió la idea de conquistar Hispania y con sus riquezas mineras pagar la deuda a Roma y rearmar a Cartago. Muerto en una refriega, esta tarea la llevó a cabo su hijo Aníbal quien además, tras atravesar los Alpes, ataca a los romanos por la puerta trasera y a punto estuvo de aniquilarlos. Fue el momento en que podía haber cambiado la Historia. Por suerte (para Roma) a Aníbal le faltaron apoyos y sobre todo, a Publio Cornelio Escipión el Africano se le ocurre llevar la guerra a África; desembarca con dos legiones, se asegura la alianza del rey libio Masinisa, y destroza al ejército cartaginés, con Aníbal al frente, en la batalla de Zama. Comprendo que todo esto es muy sabido, pero quería recordar el hecho de que occidente siempre ha tenido querencia por dominar ese norte de África. Antes, por las rutas comerciales y el trigo. Hoy, la cosa va de gas y petróleo. Pero el caso es que el devenir histórico siempre da vueltas intentando morderse el rabo como los perros, al menos mientras que el hombre sea incapaz de aprender de las salvajadas de su pasado, sea por desconocimiento, olvido o barbarie.
¿Que cómo terminó Cartago? Pues después de que un senador llamado Catón se pasase media vida dando por alma diciendo toooodos los días en el Senado “delenda est Cartago”, que viene a significar “Cartago debe ser destruída”, pues lo fue; destruída, arrasada y cubiertos de sal sus campos para que nunca volviesen a dar cosecha alguna. Pero no olvidemos el movimiento pendular del tiempo; diez siglos después fue oriente, el Islam, quien conquistó el norte de África, España, Sicilia, el sur de Italia y puso a Europa contra las cuerdas.
Repito, no olvidemos lo de sembrar vientos y recoger tempestades, sobre todo si son vientos de guerra.
Foto: Publio Cornelio Escipión, el Africano
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