MONOGRAFÍAS

5 de abril de 2013

LA BATALLA DE VITORIA EN PIEDRA Y BRONCE



Hace doscientos años que en la Llanada Alavesa las tropas de Napoleón fueron definitivamente derrotadas. Fue en la Batalla de Vitoria, por la que los franceses se vieron obligados a abandonar la Península Ibérica con lo que terminó la desastrosa Guerra de la Independencia. La fecha exacta fue el 21 de Junio de 1813.

Los franceses, derrotados
No pensemos en gloriosos e invencibles ejércitos españoles masacrando al francés, que la cosa no fue por ahí, no. Hablamos de un ejército de coalición formado por ingleses, portugueses, alemanes y soldados y guerrilleros españoles, mandados por sir Arthur Wellesley, Duque de Wllington, el general que dos años después (1815) derrotara definitivamente a Napoleón en Waterloo. Frente a él estaba lo que quedaba del ejército francés, en franca retirada tras la derrota de los Arapiles (Salamanca) el año anterior, bajo el mando directo del propio José I Bonaparte, hermano del Emperador y Rey de España tras la vergonzosa renuncia al trono de los Borbones a favor de Napoleón. Pero eso es otra historia.

La carga de Wellington
La jornada de Vitoria fue terrible y cruenta. Participaron 58.000 hombres y 153 cañones por lado imperial y 78.000 soldados y 96 cañones por el aliado. El espantoso saldo final, 12.500 bajas entre muertos y heridos. No hago distingos entre unos y otros porque las víctimas de la barbarie no tienen color ni bandera. José I tuvo que huir a uña de caballo abandonando más de 1.500 carruajes en los que se transportaba el botín de años de rapiña del patrimonio nacional: oro, joyas, esculturas, cuadros… Su valor se estima en más 100 millones de dólares actuales, más pinturas de valor incalculable de Velázquez, Rafael, Tiziano, Murillo y más, pinturas que por cierto el impresentable de Fernando VII regaló graciosamente a Wellington  y que actualmente están expuestas en  el Museo de su mismo nombre en Londres. Las tropas inglesas no pudieron resistir la tentación. Ahí mismo abandonaron la batalla para dedicarse a un concienzudo saqueo, con gran indignación de su general en jefe que definió a sus soldados como gentuza que se alistaban únicamente por el botín y el alcohol (y eso que aún no existían los “hooligans”). Dos consecuencias importantes resultaron de este desbarajuste.

El General Álava
Por un lado las tropas francesas pudieron rehacerse lo suficiente como para poder cruzar la frontera e impedir que el ejército aliado penetrase en el sur de Francia lo que hubiese tenido consecuencias imprevisibles puesto que Napoleón tenía en esos momentos a su Grand Armèe atascada en la campaña de Rusia.

Recibimiento de los ciudadanos al General Álava
Por otro lado, significó la salvación de la ciudad de Vitoria. Otras ciudades españolas habían sido bárbaramente saqueadas por los aliados tras la retirada de los franceses. Podríamos decir aquello de que con esos amigos no necesitábamos para nada a los enemigos. En esta ocasión el ilustre vitoriano, teniente general don Miguel Ricardo de Álava, más conocido como el General Álava, obtuvo de Wellington un regimiento de caballería con el que entró en la ciudad para proteger sus bienes y a sus habitantes, evitándole la suerte que poco tiempo después sufrió San Sebastián que fue incendiada hasta sus cimientos por los ingleses.

La Marquesa de Montehermoso
Todo esto está relatado en piedra en el monumento que a la Batalla de Vitoria se erigió en la Plaza de la Virgen Blanca de la capital alavesa entre 1913 y 1917, con motivo del primer centenario de los hechos. Es obra de Gabriel Borrás y Abellá, escultor de la escuela de Benlliure. Está realizado  en piedra y bronce, y nos cuenta los hechos de forma casi cinematográfica: la carga de Wellington, la derrota y huída de los franceses, el abandono del botín y su saqueo, la entrada del General Álava en la ciudad y el recibimiento agradecido de los vitorianos… Incluso vemos elementos anecdóticos como la despedida de la Marquesa de Montehermoso de su hija a la que tuvo que dejar en Vitoria para continuar su huída con quien fue su amante, José I Bonaparte.

Quizás no sea un monumento para figurar en una antología de “los Cien Mejores…” pero cumple perfectamente con la función esencial de este tipo construcciones: recordar la Historia, proteger la memoria colectiva. Viene a cuento aquí el axioma de que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, sobre todo en estos tiempos que en los planes de estudios las Humanidades están de capa caída no sé si por pura inconsciencia e incompetencia de nuestros gobernantes o por un plan perfectamente diseñado para conseguir ciudadanos cada vez más incultos y, por tanto, más manipulables… que es lo que me temo. 

Perspectiva de la Plaza de la Virgen Blanca con el monumento a la Batalla de Vitoria
Fotos tomadas por el autor.

3 comentarios:

  1. En varias ocasiones he llevado a grupos a visitar el monumento cuando bajábamos de explicar la fundación de Vitoria en la colina de Gasteiz en 1181, el desarrollo del plano radiocéntrico de la denominada almendra medieval y la solúción que dio Justo Antonio de Olaguibel al problema arquitectónico planteado para unir la ciudad medieval a la Plaza Nueva-también concebida por dicho arquitecto-a través de la construcción de los Arquillos en el s.XVII para salvar el desnivel de la urbe medieval con el nuevo ensanche neoclásico.
    Quiero mencionar que en el Bicentenario de la Batalla de Vitoria, sigue la existencia de dicho monumento continúa siendo muy debatido entre la población. De hecho, ha habido ya varios intentos de hacerlo desaparecer, todo debido a diversas corrientes ideológicas y políticas.

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    1. Conoce algo del autor ?? Gabriel Borras ???

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  2. Otro cortito comentario a modo de anécdota sobre la marquesa de Montehermoso. Es un personaje muy importante no sólo en la vida de la ciudad sino también en toda la nación. Goya llegó a pintar un retrato de Pilar Acedo y Sarriá hacia 1811. Ella y su marido fueron una pareja destacada de afrancesados. Sobre la relación de la marquesa con Pepe Botella se extendió una curiosa copla en el Madrid de 1808 que rezaba así:

    La Montehermoso
    tiene un tintero
    donde moja su pluma
    José Primero

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