Hace años, muchos, hice una visita al Centro Georges Pompidou de París. Era un viaje de estudios con alumnos adolescentes y yo era el profesor que dirigía el magno evento. Anduvimos por allí con el sosiego y espíritu abierto del toro recién salido del toril. Y entendiendo lo mismo. Es así como fuimos a parar frente a un lienzo absolutamente negro.
Simplemente un cuadro en negro. Nos reímos, e hicimos todas las gracietas que se nos ocurrió en las que me temo que me distinguí en cuanto a chabacano ingenio. Sirva de disculpa que era por aquél entonces un profesor joven y muy indocumentado, con la sensación de haberme equivocado al llevar aquella manada de cafres a un sitio como el Pompidou y que sufría el estrés producido por el temor a que , en una triste ceremonia en el patio de banderas al amanecer, me arrancasen la medalla de "profe güay" a punta de sable.
Simplemente un cuadro en negro. Nos reímos, e hicimos todas las gracietas que se nos ocurrió en las que me temo que me distinguí en cuanto a chabacano ingenio. Sirva de disculpa que era por aquél entonces un profesor joven y muy indocumentado, con la sensación de haberme equivocado al llevar aquella manada de cafres a un sitio como el Pompidou y que sufría el estrés producido por el temor a que , en una triste ceremonia en el patio de banderas al amanecer, me arrancasen la medalla de "profe güay" a punta de sable.
Todas estas impresiones se me vinieron al caletre cuando el otro día me topé en el Ggugenheim de Bilbao con otro lienzo negro. En esta ocasión iba solo, con venticinco años más enredados entre mi biomasa y hasta con ciertas ganas de querer saber. Así es como, gracias a un culto-telefonillo que me servía como guía para la visita, me enteré que el autor del cuadro era un pintor estadounidense llamado Robert Motherwell, que vivió en los años 50 en España a la que dedicó un sarie de pinturas tituladas Iberia, serie a la que pertenecía este cuadro.
El lienzo es un gran manchón negro, profundamente negro, con un pequeño recuadro en blanco sucio, a modo de ventanita, en su esquina inferior izquierda. Pero si te acercas a la obra, ese negro total, uniforme, oscuro como sotana tridentina, adquiere cierto movimiento. Las pinceladas se han aplicado en forma irregular lo que provoca la impresión de las existancia de sombras que viven, o sobreviven, en la espesura de la desesperanza oscura. Y la ventanica blanca; pequeña, con churretones negros que la empringan, irregular, brillante sólo por el contraste con el negro que la puede aplastar en cualquier momento.
Cuando el culto-telefonillo me informó de que la obra había sido pintada en la década de los cincuenta, en la España de las flechas y los luceros y el imperio (¿cuál?) hacia dios (ese sí lo sé, el de ellos), en la España de la tristeza, hambre mal disimulada, derrota y desesperanza, sables, casullas y capas pluviales, con manos episcopales alzadas en recio ademán, fue en ese momento, repito, en que tomó para mí un sentido total la pintura que estaba comtemplando. Si yo supiese expresarme con un pincel en mis inútiles manos ¿cómo pintaría el franquismo? En negro, con sombras más adivindas que vistas y un pequeña y sucia ventanita de esperanza. Sin duda.
No conviene pasar de largo ante un cuadro negro. Puede contener la historia de parte de nuestras vidas.
Marzo de 2.010
Enlace para ver la obra y ficha del autor:
http://www.guggenheim-bilbao.es/secciones/la_coleccion/nombre_obra_ficha_tecnica.php?idioma=es&id_obra=58&anterior=buscar_obra&busquedaPorArtista=146&id_coleccion=
algunos son incapaces de entender lo que para otros es obvio, pero hay cosas más obvias que solo a esos otros se les escapa.
ResponderEliminar