En uno de mis paseos por esas tierras
del Reino de León me temo que poco conocidas en general, topéme en Ciudad
Rodrigo con un magnífico palacio llamado
de los Águila, familia que fue de los mandamases del sitio. Es un magnífico edificio gótico-renacentista
con un precioso patio de corte plateresco.
Entré por ver y fotografiar el Monumento
Histórico-Artístico, así declarado en el año 1969 y restaurado en el 2000, y me
sorprendió una coqueta e interesante exposición sobre la Guerra de la
Independencia contra los franceses (1808-1814).
Contaba nada menos que con los grabados de Goya y otros paneles y
fotografías interesantes. Pero cuál no sería mi gozo de friki de la Historia
cuando en una vitrina pude contemplar nada menos que la máscara mortuoria de
Napoleón Bonaparte. Ya escribí sobre los temblores históricos y no voy a
repetirme: eso fue lo que sentí.
Desde que leí de jovenzuelo
adolescente mi primera biografía, más bien una hagiografía, sobre l’Empereur he sentido un fuerte interés
por el personaje; de chaval, admirativo; de jovencito concienciado, despectivo
y, ya maduro, atraído por su figura absolutamente contradictoria.
Recordemos. Nace el 15 de agosto de
1769 en Córcega o sea que por poco ni es francés porque la isla fue adquirida
por Francia el año anterior. Es hijo segundón de una familia de la pequeña
nobleza corsa y su juventud la vive acomplejado por ser pequeñito, débil de
cuerpo y su terrible acento corso. Hay
que tener en cuenta que incluso su nombre original era Nabolioni di Buonaparte.
Si no llega a ser por una beca conseguida por su padre, don Carlos, para
estudiar en la escuela militar de Briênne-le-Chateau, primero y en la Real
Escuela Militar de París después, hubiese sido imposible que llegase a ingresar
en el cuerpo de artillería que, por cierto, era un mero cuerpo auxiliar en la
época. La élite estaba en caballería y en la armada.
Así que ahí tenemos la primera
contradicción: un Napoleón más italiano que francés, resentido, ambicioso y con
una mala leche que se la pisaba por todo ello.
Y a partir de ahí, todas las que queramos.
Jacobino radical en su primera juventud apoyará a Barràs para imponer el
Directorio que acabe con Rebespierre y sus muchachos. General invicto y con
fama de tener un valor temerario, saldrá por piernas de Egipto abandonando su
ejército medio derrotado pero, a cambio, los hombres sabios que se llevó a la
expedición sientan las bases de la egiptología y un sargento chusquero descubre
la piedra Rosetta.
Y la cosa irá a más, a mucho más. Hijo
de la Revolución Francesa, se hace coronar nada menos que Emperador y por el
Papa, con quien había firmado un Concordato que daba al traste con la Francia
laica. Hace redactar el Código Civil que hace iguales a todos los ciudadanos
ante la ley (a las mujeres todavía no) pero basa el control de su poder interno
en la primera policía moderna represora dirigida por el siniestro Fouchè.
Si nos fijamos en su política exterior
las contradicciones ya son gigantescas. Es el primero en intentar un Europa
unida en Estados Confederados, pero al frente de dichos Estados, dominados manu
militari, pone a sus hermanos (José y Luciano) y a sus conmilitones con lo que habiendo
destrozado los sistemas absolutistas establece, de facto, un sistema
dictatorial internacional basado en su pequeña persona. Y ya que hablamos de
conmilitones, sus victorias militares fueron espectaculares pero a base de una
estrategia que producía en cada batalla un número de bajas entre sus propios
soldados desconocido hasta ese momento.
Quizás sea su política con España un
caso paradigmático. Nos invade pero nos da, eso sí, impuesta, la primera
Constitución democrática que tuvo este país, la de Bayona, cuatro años anterior
a la de Cádiz. Nos pone un rey bienintencionado y constitucional, su hermano
José I, pero deja mano libre a Murat y demás generalotes para arrasar el país a
sangre y fuego con el fin de acabar con la resistencia de los españoles con lo
que da argumentos a curas trabucaires y reaccionarios en general para volver a
sumir a este país en el atraso político y social durante muchos años más. No me
atrevo a decir hasta cuándo que vivimos malos tiempos para algunas opiniones.
En definitiva, lanzó a los vientos de
la historia los principios libertad, igualdad y fraternidad, plantando las
bases de los nuevos estados modernos liberales, pero lo hace desde su dictadura
personal y cabalgando en el jinete de la guerra. Fue el revolucionario que
acabó con la Revolución. Pura contradicción con patas (cortitas). Qué se le va a
hacer.... pero cambió el mundo.
Fotos: tomadas por el autor, excepto el retrato de Napoleón (con esa mirada de "soy el --- amo") que la he encontrado por Internet.
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