Hace
cierto tiempo, no mucho, con motivo de la muerte de Santiago Carrillo
se volvió a remover la polvareda histórica sobre las
responsabilidades de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama. Con
este motivo comenté en un medio que, sin justificar en absoluto lo
ocurrido en Paracuellos, había que tener en cuenta que antes habían
tenido lugar los fusilamientos en África y las matanzas masivas de
civiles en Cádiz, la represión brutal en la cuenca minera de Río
Tinto y Nerva y la masacre de Badajoz, todas ellas perpetradas por la
columna del ejército desembarcado de África gracias a la ayuda de
los fascistas italianos y los nazis alemanes.
Algunas
de las réplicas que recibí me pusieron de grana y oro acusándome de todo tipo de indignidades deontológicas. Pero la historia y su
memoria están ahí y dan escalofríos algunos recuerdos como las
declaraciones del general Yagüe, comandante de las tropas africanas,
que traigo a colación en este artículo de Alejandro Torrús
publicado en Público.es el 12/08/2012.
El
25 de marzo de 1936 la provincia de Badajoz firmó su condena a
muerte. España aún no estaba en guerra, pero el destino de esta
ciudad extremeña y sus habitantes quedó escrito. Más de 60.000
jornaleros pacenses, dirigidos por la Federación Española de
Trabajadores de la Tierra (FETT), ocuparon 23.500 hectáreas de
tierra sin trabajar cuya propiedad se repartía entre tan sólo siete
propietarios. Fue la mayor ocupación de tierras del período
republicano y el pretexto para una
de las mayores matanzas llevadas a cabo durante la Guerra Civil.
El
12 de agosto las tropas procedentes del norte de Áfricada
comandados por el General Yagüe iniciaron el asalto de la provincia
extremeña. “Sólo en la ciudad de Badajoz fueron asesinadas 3.800
personas durante la Guerra y los primeros años de dictadura”,
asegura a Público el historiador Francisco
Espinosa, autor de la obra La columna de la muerte. “La
matanza fue un escarmiento a petición de los terratenientes y
una señal al resto de las zonas republicanas”, añade el
historiador Justo Villa.
Testigo
directo de la masacre que durante la segunda quincena de agosto de
1936, las tropas del General Yagüe perpretaron en Badajoz es Luis
Pla. A sus 87 años de edad, Luis recuerda a la perfección lo que
sucedió en su ciudad cuando él apenas tenía 11 años. Su padre y
su tío, Luis y Carlos, fueron asesinados por los militares meses
antes de que se iniciara un juicio militar contra ellos que los
declaró inocentes. “Los soldados los soltaron y les dijeron que
estaban libres. Cuando se dieron la vuelta, los
dispararon por la espalda”,
recuerda Luis.
La
historia de la familia de Luis Pla difiere de la mayoría de
tragedias de la Guerra Civil. Su familia no era jornalera, ni pobre
y no le faltaban contactos en las altas esferas. Había nacido en
una familia acomodada en una región en que la burguesía era escasa
y más bien de derechas. En 1936, los hermanos Pla Álvarez poseían
negocios en Extremadura relacionados con el automóvil, la
distribución de Campsa y alguna explotación agraria. Los
dos militaban en el partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana.
Primero asesinados, después multados
La
militancia republicana de los Pla no fue bien visto por el resto de
terratenientes de la zona, amenazados ante las ocupaciones de
tierras de los campesinos. El 19 de agosto de 1936 los dos fueron
ejecutados. “Casi tres meses después de su asesinato, se
les abre un expediente calificándoles de individuos culpables de
actividades marxistas y rebeldes, y acusándoles de contribuir al
triunfo del Frente Popular y hasta
de que tenían en su
poder
los rublos que financiarían la Revolución que Rusia pretendía en
España”,
describe Luis Pla.
La
Audiencia de Cáceres cerró el caso por “inconsistencia
de los cargos” y
condenó a la familia Pla a pagar unas multas de 75.000 pesetas por
pertenencia a partidos políticos ilegales según la Ley de
responsabilidades políticas. Pero para entonces, los dos hermanos
ya llevaban casi cuatro años muertos y la multa recaía sobre una
ya maltrecha economía familiar. “Los negocios y bienes de la
familia habían sido incautados por la nueva autoridad militar,
todos los vehículos con los que comerciaba mi padre fueron
saqueados por los marroquíes y su coche personal pasó a ser
disfrutado personalmente por Yagüe”, rememora Luis Pla.
“Que
el único delito que mi padre y mi tío y los miles de asesinados
cometieron, si es que eso era delito, era haberse manifestado
republicanos o socialistas o comunistas o sindicalistas. Con la
diferencia de que aquellos a los que se estaba castigando tan
ferozmente nunca
habían declarado su apoyo y aplauso a ninguna masacre ni al
terrorismo institucional como
el que se estaba practicando por los sublevados como norma
aberrante”, indica Pla
Repercusión internacional
Republicanos fusilados en el cementerio de Badajoz. |
La
masacre de la que habla Pla fue recogida por diversos medios
internacionales que, por primera vez, habían entrado a España
durante el conflicto. El primero en llegar fue el periodista
portugués Mario Neves, quien trabajaba para el medio luso Diario de
Lisboa. Tras cinco días de conflicto, el periodista abandonó
Extremadura espantado por la barbarie y juró no volver jamás. El
historiador Justo Villa lo conoció muchos años después. “Siempre
me contaba que lo que más le espanto y el día que decidió salir
de aquí, fue una tarde que encontrándose a varios kilómetros de
la ciudad vio un densa columna de humo. Se acercó y cuando llegó
se encontró con 300
o 400 cadáveres ardiendo.
Ese día salió 'pitando' de este país”, recuerda Justo.
Las
crónicas de Neves no son las únicas que se conservan del momento.
El periodista estadounidense Jay Allen escribió para el Chicago
Tribune:
“Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La
escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo de cuerpo y alma,
en el hediondo patio de la Pensión Central (…). Miles fueron
asesinados sanguinariamente después de la caída de la ciudad.
Desde entonces de 50 a 100 personas eran ejecutadas cada día. Los
moros y legionarios están saqueando. Pero lo más negro de todo: la
policía internacional portuguesa está devolviendo gran número de
gente y cientos de refugiados republicanos hacia una muerte certera
por las descargas de las cuadrillas rebeldes”, escribe Allen.
Yagüe junto a Franco. Sevilla, 1936 |
No
obstante, la declaración que mejor resume el espíritu de revancha
de aquellos días y que permaneció durante los siguientes
cuarenta años la
consiguió el también periodista estadounidense John T. Whitaker,
del New
York Herald Tribune,
cuando preguntó al General Yagüe sobre lo sucedido: “Por
supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar
4.000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que
avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar
que Badajoz fuera roja otra vez?, concluyó.
Fotografías bajadas de Internet.
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