Existe en Vélez Rubio, último pueblo
de Andalucía antes de entrar en tierras murcianas, un recoleto museo digno de
todo elogio por su científica pulcritud, su estructura didáctica y por las
interesantes piezas que muestra.
Y su originalidad. Me quedé
absolutamente sorprendido al encontrarme con un aula de antigua escuela
perfectamente montada. Los pupitres para sentar a los alumnos de dos en dos
hacían que el “compa”, el chaval con quien compartías el destartalado mueble
pasase a ser amigo para toda la vida. Los tinteros de porcelana en el centro
del tablero que permitían aprender a escribir con pluma (no estilográfica sino
un mango y un “tajo”) y de paso volver a casa hecho un Ecce Homo de tinta.
Los
mapas murales todavía con los imperios coloniales representados en su
superficie. Las láminas que nos
explicaban la Historia Sagrada en dibujos de colorines.
La esfera del mundo en
la mesa del profesor junto a la vara (a veces más que vara) que regulaba
comportamientos y abría duras molleras a los arcanos del conocimiento.
Todo estaba ahí, en el Museo, como
suspendido en el tiempo, esperando a aquellos chavales con nuestras batas grises
y nuestros mocos colgando en un catarro sempiterno. Incluso con el envase de la
leche en polvo americana que tánta hambre quitó a la chiquillería hija de la
Guerra Civil y la miseria franquista subsiguiente; ese franquismo representado por las fotografías del dictador, del creador de la Falange y por el crucifijo del nacional-catolicismo que presidían el aula en su testero.
Podría enredarme por enrevesados
vericuetos nostálgicos mirando esa escuelita de la niñez, pero ya hubo quien lo
hizo con pluma maestra. Creo que ustedes agradecerán más un poemita de don
Antonio Machado. Con él les dejo.
Monotonía
de lluvia tras los cristales…
Una tarde
parda y fría
de invierno.
Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras
los cristales.
Es la clase.
En un cartel
se representa
a Caín
fugitivo, y
muerto Abel,
junto a una
mancha de carmín.
Con timbre
sonoro y hueco
truena el
maestro, un anciano
mal vestido,
enjuto y seco,
que lleva un
libro en la mano.
Y todo un coro
infantil
va cantando la
lección:
mil veces
ciento, cien mil,
mil veces mil,
un millón.
Una tarde
parda y fría
de invierno.
Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia
en los cristales.
Antonio
Machado: “Recuedo infantil”
Fotos realizadas por el autor.
Precioso recuerdo, sí señor. Enhorabuena por el artículo y la contención de los textos. ¡Cuántos recuerdos nos vienen a la mente! Y conste que no soy de los que defienden lo de "cualquiera tiempo pasado fue mejor"...
ResponderEliminarPrecioso comentario y mas habiendo sido alumno y maestro en una de esas aulas. Aun conservo en mi casa tres libros de esa época:
ResponderEliminarYo soy español. Letras y dibujos rojos.
Hemos visto al Señor. Letras y dibujos azules.
A si son las cosas. Todo en verde.
Gracias
Me he dado cuenta después de salirme, la fecha que tiene la entrada. ¿Ha sido a proposito?
ResponderEliminarGracias de nuevo de parte de un maestro